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Sociedad

Damas

  • Algunas de las mujeres más destacadas de la sociedad jerezana de los siglos XIX y XX; historia de sus vidas, las costumbres diarias, cotilleos, desventuras, matrimonios...

 ‘Son escasos los nombres de mujeres que han quedado impresos en las páginas de la historia de Jerez, como fueron para España Santa Teresa de Jesús, Agustina de Aragón, doña María Coronel, Gabriela Mistral y Rosalía de Castro. Aunque no de la trascendencia histórica de éstas, sí que hubo en la ciudad mujeres que influyeron decisivamente en la política, las artes, la economía o en el comercio, a través de sus respectivos maridos, siendo ellos los que trascendieron, sin embargo.

El historiador jerezano Antonio Mariscal Trujillo repasa aquí algunas de estas biografías femeninas, como la de Genoveva de Hoces y Fernández de Córdoba (o Córdova), duquesa de Almodóvar del Río y marquesa de la Puebla de los Infantes con Grandeza de España, que llegó a Jerez en 1873 tras contraer matrimonio con Juan Manuel Sánchez y Gutiérrez de Castro, importantísimo personaje de la política española, nacido y criado en Jerez, que llegaría a ser en dos ocasiones ministro de Estado con el rey Alfonso XIII, y al que la historia de España le conoce más como Duque de Almodóvar. Dicho matrimonio se establece en el número 20 de la calle Lealas, una hermosa casa, hoy declarada Bien de Interés Cultural. “La duquesa, como sultana en su propio trono, organizaba esplendorosos bailes que fueron famosos por su lujo y buen gusto, propios de cuentos orientales. Ahora, eso sí, doña Genoveva no olvidaba nunca sus obligaciones piadosas para con los necesitados, ancianos, enfermos y desamparados, a quienes favorecía e incluso visitaba en sus humildes casas, formando parte, además, de casi todas las asociaciones benéficas de la ciudad”, cuenta Mariscal.

Destaca también Carmen Núñez de Villavicencio, fallecida en 1923, con quien se casó al poco de llegar desde su Francia natal el bodeguero Pedro Domecq Loustau, y que pasó a la historia local por su “infinito amor y desprendimiento hacia la niñez y la ancianidad”, demostrado, sobre todo, con el sostenimiento de la Escuela de San José y del asilo de las Hermanitas de los Pobres. Asimismo, sobresalía por aquel entonces Elena Gordon, “alta, delgada, rubia y muy afable, que se distinguió también por sus atenciones hacia los pobres, aunque no gozaba de simpatías en algunos sectores por  tener fama  de ser una metomentodo”, asegura el historiador.

Y qué decir de la archimillonaria marquesa de Misa y condesa de Bayona, Elena Busheroy Blake, casada con el riquísimo bodeguero y senador del reino Manuel Misa y Bertemati. Esta aristócrata vivió a caballo entre su residencia de Jerez, en la calle Caballeros, y su lujoso palacete de Londres. “Según las crónicas de la época, jamás se la vio pasear por nuestra ciudad, ya que las escasas veces que salía de su casa, siempre lo hacía en su lujoso coche”. O Elisa Carrera y Aramburu, una jerezana educada en Cádiz, “bondadosa, afable de muy buena familia, muy caritativa y apreciada por todos, que contrajo matrimonio con el hacendado jerezano José Pemartín”.

Otra dama del siglo XIX que brillaba era Elvira Fernández de Córdoba y Álvarez de las Asturias, marquesa de Alboloduy. En su magnífico palacio coronado por una alta torre-mirador que dominaba toda la alameda Cristina, entre las calles Sevilla y Guadalete, era la anfitriona de la más distinguida y culta tertulia de las habidas en el Jerez decimonónico. Como la señora marquesa era además muy aficionada al teatro, su casa poseía un pequeño escenario donde se representaban obras en función privada, con tal éxito que a veces dichas representaciones trascendían a la prensa, ejerciendo de mecenas  de jóvenes actores que se iniciaban en el arte de Talía.

Ya en el siglo XX, es preciso citar a la renombrada Petra de la Riva y Ruiz Tagle, nacida en 1882, hija del acaudalado bodeguero y presidente de la Cámara de Comercio jerezana Manuel Antonio de la Riva. Esta dama se casó con José Domecq Rivero y vivió hasta su fallecimiento, a mediados de los años cincuenta del pasado siglo, en su magnífico palacio de la plaza Rivero. Petra fue conocida y afamada por ser mujer de recio carácter y gran altivez, muy propio de las señoronas de otros tiempos. Acostumbraba a ir diariamente a la iglesia de San Marcos, donde poseía un lujoso y exclusivo reclinatorio. “Era de todos conocido y criticado que el párroco no comenzaba la misa hasta que esta señora hubiese llegado, aunque lo hiciera con retraso. Fue en su tiempo una figura familiar por las calles de Jerez, siempre a bordo de su elegante coche de caballos conducido por un cochero impecablemente uniformado”, cuenta Trujillo.

Todas estas damas quedaron inscritas en la historia solamente de pasada, y siempre como mujeres virtuosas muy dadas al ejercicio de la caridad, como correspondía a las damas provenientes de la clase adinerada. Otra como Mari Pepa Domecq y Núñez de Villavicencio, hermana del primer marqués de Casa Domecq, María del Santísimo Sacramento en la vida religiosa,  gastó la enorme herencia que le dejó su padre, Pedro Domecq Lustau, en la construcción de una iglesia para su congregación religiosa: la de Las Reparadoras, magnífica joya del neo mudéjar y artística sinfonía de finos ladrillos, en la calle Chancillería.

Otras dos mujeres de la buena sociedad jerezana destacan en el primer tercio del siglo XX por su gran cultura. La primera de ellas, Isabel García Pérez y Sánchez-Romate, “prolífica escritora de refinado gusto y exquisito trato, anfitriona en su casa de la plaza de las Angustias, esquina Corredera, de una interesantísima tertulia literaria, en la que se reunían afamados personajes tales como José Ortega Morejón, que llegaría a ser presidente del Tribunal Supremo; Manuel María González Gordon, o el afamado bibliófilo José Soto Molina”. La segunda, Mercedes Zurita Hidalgo, marquesa de Campo Real, académica correspondiente de la Real Academia Cordobesa de Nobles Artes y Bellas Letras, quien también mantenía en su palacio de la plaza de Benavente otra prestigiosa tertulia literaria que congregaba, entre otros, al ilustre escritor y flamencólogo Arcadio Larrea, al eminente historiador Hipólito Sancho Sopranis y al ex ministro de Hacienda Francisco Moreno Zuleta, conde de los Andes, así como a un simpático y popular personaje conocido en Jerez como Bartolo ‘el del aguardiente’.

“También nos encontramos con dos damas que destacan por su indiscutible belleza. La primera de ellas, Guadalupe de la Riva, hija de acaudalado bodeguero y presidente de la Cámara de Comercio, Manuel A. de la Riva. Dicha damisela llegó a ser presentada al rey Alfonso XIII  en 1904, cuando el monarca contaba 18 años de edad, en su visita a las Bodegas de González Byass, quizá con el ánimo de que el joven monarca se fijara en ella y... quién sabe, quizá sonara la flauta. Es curioso que en las crónicas de la recepción ofrecida al monarca en la antes citada bodega, no hubiese, o al menos no se nombrase a ninguna otra dama, ni tan siquiera a las hijas del marqués de Torresoto, anfitrión y propietario de aquella firma bodeguera, pero sí a la bellísima señorita Guadalupe de la Riva”, relata el historiador.

También famosas por su belleza y elegancia fueron Silvia Domecq González, que llegó a ser conocida como la ‘Greta Garbo jerezana’, y Ana Cristina Williams, ambas figuras imprescindibles en la mayoría de las fiestas de la alta sociedad.  A la primera, nacida en 1906, le fue confiado el honor en 1935 de efectuar el primer ‘saque de honor’ con motivo de la inauguración del desaparecido estadio Domecq. “Se cuenta que Silvia con ya sesenta y muchos años llamaba la atención por las calles de París por su figura y belleza. En cierta ocasión, cuando paseaba por los Campos Elíseos con un primo suyo, veinte años menor que ella, alguien al cruzarse comentó: ¡Que hermosa mujer con un hombre tan mayor!”. La segunda, Ana Cristina Williams, hija de rico bodeguero de origen inglés Guido Williams, destacaba también por una elegancia y hermosura indiscutibles. Su figura era recordada paseando cada tarde por Capuchinos a lomos de un brioso caballo cartujano. Contrajo matrimonio con Beltrán Domecq, personaje apuesto, de exquisitos modales y alta estatura, compusieron una de las más admiradas de aquel Jerez de otros tiempos.

Cabe también mencionar a las hermanas De la Quintana: María, Mercedes, Casilda, Margara, Pepita, Blanca y Livia, popularmente conocidas como ‘las niñas del Altillo’, siete mujeres, de las que seis se quedaron solteras y la casada sin descendencia, y que después de toda una vida gris viviendo encerradas en un particular paraíso de jardines, fuentes, árboles y pavos reales que les creara su padre, se mantuvieron ancladas en la época victoriana y ajenas a un mundo exterior que se les antojaba extraño. “Saltaron a la luz pública –añade Mariscal– a finales del pasado siglo XX por causa de la iniquidad cometida contra ellas por el que fuera entonces alcalde de Jerez, Pedro Pacheco, el cual mediante una injusta expropiación, despojó sin piedad a aquellas ancianas de lo que siempre había sido su único mundo: la finca del Altillo. Circunstancia que las hizo entrar en la historia, al ser sus vidas y sus desventuras motivo de la publicación de dos libros de difusión nacional: ‘El otoño de las rosas’ y ‘Las niñas del Altillo’, y que muy bien podría servir de argumento para la realización de una evocadora película costumbrista en la que se retratase la sociedad burguesa jerezana a la cual pertenecían estas mujeres”. llega a jerez tras acoger almería las primeras siete ediciones

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