Diego, los ojos del 'oro de Moscú'
Genio y Figura
O cómo Ragel fotografió los documentos de la evasión de las reservas del Banco de España.
Ahora que se hace merecido homenaje a uno de nuestros grandes de la fotografía, no podía resistirme a traer a estas páginas al gran Diego González Ragel por otro hecho bien distinto que algunas biografías acostumbran a pasar de puntillas pero que le supuso un importante reconocimiento y le procuró una madurez sin sobresaltos. La familia Ragel es familia sorprendente, singular. No hay que ir muy lejos. ¿Quién no recuerda a su hermano Carlos? Carlos fue todo un personaje de su tiempo, un loco divertido, inteligente y muy querido en la ciudad, además de pintor virtuoso. Y Diego, a su manera, es otro de esos hombres que nacen cada cien años.
Para entender toda esta historia habrá que remontarse a los primeros meses de la guerra civil. Así me lo contó su nieto Carlos González Ximénez y así lo cuento. En el Madrid de 1936, Juan Negrín, a la sazón ministro de Hacienda del gobierno de la IIRepública que preside Largo Caballero, consideró la necesidad de trasladar hasta la Unión Soviética el 72% de las reservas de oro y plata del Banco de España. Su venta garantizaría la supervivencia de la República ante el avance de los sublevados y la negativa de las democracias occidentales a intervenir en el conflicto. De igual manera, la cuarta parte restante de la reserva del banco emisor, un total de 193 toneladas, fue trasladada a Francia y vendida en una mayor parte.
MADRID, 1936
Estamos en el Madrid de comienzos de guerra. Allí, en el número 69 de la calle Don Ramón de la Cruz vive el fotógrafo y reportero gráfico Diego González Ragel, uno de los seis hijos que Carmen Ragel y Rendón dio a su marido Diego, otro gran artista de la imagen que tenía su estudio fotográfico en la calle Porvera, 15 y en donde imprimió a sus hijos su pasión por la fotografía. Con algo de ayuda de su padre, Diego ‘papá chico’ -como era llamado por su condición de primogénito y la falta de atención del patriarca a sus hermanos cuando su Carmen muere prematuramente- aprende a dibujar y y fotografiar de forma casi autodidacta.
A principios del pasado siglo, Diego y Carlos emigran al Madrid de la bohemia y la farándula, que en el caso de su hermano Carlitos le llevaría a una vida sumergida en el alcohol que marcaría sus posteriores males y enfermedades. Diego comienza a trabajar como retocador del fotógrafo Kaulak, sobrino de Antonio Cánovas del Castillo, pero aquella ocupación no duró mucho. Aparece entonces en Buenos Aires: evita así el servicio militar y trata de hacerse con un dinerillo gracias a sus trabajos como colaborador y reportero en varias publicaciones, entre ellas la de ‘Caras y Caretas’. Diego demuestra buenas maneras para el reporterismo gráfico, es el primero en acudir al lugar del suceso y su cara es bien conocida en grandes fiestas, rodeos y un millar de eventos en la capital argentina.
Cuando Diego regresa a Madrid en 1915, abre junto a Carlitos su propio estudio fotográfico en la calle Torrijos, hoy Conde de Alvear. Pero pronto comienza a brillar como un avezado free-lance de la época, y sus trabajos son recogidos en una larga lista de publicaciones españolas y extranjeras. Diego se ha convertido en un fotógrafo de fama. Le llueven los encargos: Primero fue el reportaje gráfico del concurso nacional de ganaderos del reino pero será la serie sobre el descenso de los jinetes de la Escuela Militar de Equitación, ante la mirada de Alfonso XIII, lo que le proporcione una enorme popularidad. El reportaje dará la vuelta al mundo y reforzará la figura de Diego como gran fotógrafo.
Algo parecido ocurrió con sus reportajes de caza, un impresionante trabajo documental y artístico que le permitió relacionarse con una generación de cazadores, la de los años veinte, que marcaría la historia de la montería española del siglo XX. Todos estos trabajos le permiten relacionarse con la intelectualidad y aristocracia de la época. A esas cualidades, Diego contribuye con una personalidad abierta y unas grandes dotes para las relaciones humanas.
TIEMPOS DE GUERRA
Todo eso le sirvió para tutearse con lo más florido del momento: el rey Alfonso XIII, el conde de Yebes, el duque de Medinaceli, el marqués de Orellana, Lucas y Francisco Landaluce, Mariano Benlliure, Andrés Segovia... o la familia Sorolla, por la que sintió una enorme predilección. Decían además que del número 69 de la calle Don Ramón de la Cruz salió una buena tarde Juan Belmonte en dirección a Las Ventas. Y mirad qué paradoja que, un porrón de años después, Diego visitaba el frente en compañía de El Campesino y La Pasionaria.
Estábamos, algunos párrafos más arriba, en el Madrid de preguerra. Número 69 de la calle Don Ramón de la Cruz. Diego destruye todo aquel papel, foto o documento que le relacione con Alfonso XIII. Su gran amigo Goñi, también fotógrafo y amigo del monarca, no fue tan prudente y murió fusilado en diciembre de 1936 en Guadalajara. Otro de sus grandes amigos fue el duque de Veragua, otro torta de los caballos, que corre la misma suerte. Diego le avisa de que quieren darle el ‘paseo’ y le sugiere que se refugie en la embajada de Estados Unidos. Veragua lo tranquiliza; confía en su condición de ser el último descendiente de Colón. Solo un día después, Diego es llamado para identificar el cadáver mutilado de Veragua.
Ese primer día de guerra, Ragel, siempre inquieto, funda con un grupo de fotógrafos la Unión de Reporteros Gráficos de Guerra, en las bodegas de Casa Espiga. Ha encontrado trabajo en el Centro Oficial de Contratación de la Moneda del Banco de España y en el Ministerio de Guerra. Además, el general republicano José Riquelme le nombra fotógrafo personal y le requiere para hacer los retratos de los pasaportes a los refugiados extranjeros.
MADRINA PASIONARIA
La vida le sonreía a Diego. El trabajo le sobraba. Por eso, sin apenas problemas, conseguía sacar adelante a su mujer, Pilar Mellado, y a sus seis hijos, Pili, Carmela, Teresa, Toto, Diego y Margarita. Por cierto que Margarita fue amadrinada en su bautizo por la mismísima Dolores Ibarruri, la Pasionaria. Además de su trabajo en el Banco de España y el Ministerio del Interior, Ragel trabajaba en las revistas ‘Ferrobellum’ (revista de la industria de guerra) y ‘Águilas de la libertad’, que se dedicaba a atender y evacuar heridos y niños a Moscú. De estos, Diego obtenía el rancho y los suministros de legumbres y luego había pago en comida de retratos que hacía a niños y mujeres de altos mandos militares republicanos.
Un buen día, se cruza en el Banco de España con un funcionario, de nombre Manuel Arburúa de la Miyar, que había entrado como director del Centro de Contratación de Moneda. Arburúa le explica que se estaba enviando el oro y la plata del Banco de España a Moscú y Francia y le pide un favor especial: que fotografíe todos los documentos que acompañan a esas transferencias. Arburúa logra hacerse con los documentos, los saca ocultos bajo su camisa y se dirige al laboratorio que Diego tiene en el banco. Allí, en la soledad, fotografía los documentos en placas de cristal, de las que extrae una copia en papel. Antes de la guerra, Diego trabajaba con cámaras de ‘cajón’ que daban unos negativos en cristal; ya durante la guerra, comenzó a utilizar una ‘Leica’.
UNA CAJA PRECINTADA
Acto seguido, Arburúa le hace otro ruego: que conserve los negativos en su casa para no levantar sospechas. Así lo hace Diego, que los oculta en una caja precintada y adherida con una cinta debajo de la mesa del salón. Algunos días después, Ragel cruza hasta el bando nacional y entrega las reproducciones a Franco. Luego volvió a Madrid. Pudo haber abandonado la capital como lo hizo Arburúa, pero Diego era padre de seis hijos y movilizarse con tantas personas hubiera sido motivo de sospecha.
Cuando las tropas sublevadas toman Madrid, en 1939, Ragel vuelve a su taller a destruir toda la documentación fotográfica realizada durante la guerra que pueda comprometerle. Pasan los días y una vez instaurado el nuevo gobierno, entrega los negativos de las transferencias en el Ministerio de Hacienda. Las imágenes permiten recuperar los 150 millones de francos franceses que guardaban la cámara acorazada de The Chase Bank de París. Los servicios de Ragel son reconocidos: Alberto Alcocer, por entonces alcalde Madrid, le recomienda como ¡jefe de la Policía de Tráfico!, que rechaza naturalmente porque su intención es entrar como fotógrafo oficial en la plantilla del Banco de España. Pero choca con César Arruche, subgobernador segundo del banco emisor, que le recuerda a Ragel que es “un rojo” y una persona que se movía con libertad durante la guerra sin pasarse de bando. Arruche rechaza a Ragel creyendo que podrían arreglárselas sin sus servicios. Pero finalmente, Arruche ha de ceder a la petición del mismísimo Franco. Ragel es nombrado finalmente funcionario.
‘BANQUERO DE FRANCO’
Durante la dictadura, Ragel volverá a sus colaboraciones en periódicos y revistas. Lo hace en ocasiones junto a ‘Campúa hijo’, hijo de ese gran artista de la fotografía que fue el jerezano José Luis Demaría. Algo que aún no se sabe con certeza tuvo que ocurrir, y muy gordo, cuando ‘Campúa’ hizo un reportaje de don Juan en Estoril, entonces todavía aspirante al trono, que positivó un hijo de Ragel y que provocaría la ira de Carmen Polo; ‘Campúa’ hijo fue de inmediato perseguido, encarcelado e incomunicado acusado de abuso de menores. Ragel medió en el conflicto de tal suerte que casi le cuesta a él también la cárcel.
En la última etapa de su vida, cubre cacerías para el general Franco y realiza una gran exposición retrospectiva de monterías, con más de trescientas imágenes, en el Primer Certamen de Trofeos Venatorios y Exposición de la Caza en el Arte. Fue premiado en numerosísimas ocasiones.
Diego González Ragel se encontró con la muerte un día de noviembre de 1951, a los 58 años, como consecuencia de una leucemia que le mantuvo dieciocho meses en cama. Manuel Arburúa de la Miyar, uno de los principales ‘banqueros de Franco’, fue reconocido por sus méritos y nombrado subsecretario de Comercio, Política Arancelaria y Moneda y, en 1942, director del Banco Exterior de España, cargo que ocupó hasta ser nombrado por Franco ministro de Industria y Comercio en 1951. En 1957 cesó en el ministerio y volvió como presidente al Banco Exterior. Falleció en 1981.
El destino de parte del oro enviado a Moscú y Francia sigue rodeado de un auténtico misterio.
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