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Cofradías

Jerez quedó cautivo de su belleza

  • Cientos de fieles y cofrades jerezanos se dieron cita ayer por el barrio de Santiago para disfrutar de la procesión de traslado de la Virgen de la Piedad a la real capilla del Calvario

A las cinco y media de la tarde se abrían las puertas del templo de Nuestra Señora de la Merced y aparecía la cruz de guía de la antigua hermandad del Santo Entierro. Era como si los siglos no hubieran pasado y la cofradía aún tuviera cobijo entre el espíritu de los redentores de cautivos. Pero no fue así. Se trataba de una vuelta a su real capilla del Calvario cargada de buen sabor cofradiero que iba a estar coronado por la belleza de Nuestra Señora de la Piedad.

La Virgen volvía a su casa. Parecía adivinarse una leve sonrisa en su rostro de nácar tras ver cómo la basílica se ha llenado estos días de fieles y devotos. De cofrades de túnica negra con el escudo del Santo Sepulcro. De hermanos pertenecientes a una cofradía añeja. Antigua. De esas corporaciones en la que los terciopelos llevan impregnados ese olor a rancio incienso desde hace siglos.

Muchos cofrades en las calles y un cortejo donde los más pequeños acompañaban primero para ver en los últimos tramos a los hermanos más antiguos. La presidencia bien plantada con la mesa de hermandad y el cuerpo de acólitos que precedían a ese altar majestuoso diseñado por las hermanas Antúnez. Y representaciones de distintas cofradías hermanas, como la del Transporte, Cristo de la Expiración, Nazareno, Salvación, Buena Muerte, Redención, Cristo de la Viga o la Soledad, con la presencia del presidente del consejo, Dionisio Díaz.

Una vez en la calle la primera manigueta, la Unión Musical Astigitana atacó con una de las piezas más maravillosas que se hayan compuesto para acompañar a un paso de palio: Cristo de la Expiración del maestro Álvarez-Beigbeder que apagó las pocas voces de los que presenciaban la procesión y se iniciaba de esta forma el traslado de vuelta de la hermosa talla que modelara Ignacio López para la cofradía del Calvario hace ahora 300 años.

La calle de la Merced fue protagonizada por la música del genial músico jerezano y a la llegada a la Victoria la hermandad quiso rezar junto con los cofrades de la Soledad ante dos maravillosas Dolorosas que curiosamente se encontraban por primera vez, que se sepa. Pues cuando el Santo Entierro pasa por la puerta del antiguo convento de los frailes mínimos, la hermandad de la Soledad ya está en la calle y la casa siempre está vacía de hermosura. Allí se encontraban en un altar preparado para el momento Nuestra Señora de la Soledad y el Señor del Sagrado Descendiiento, mientras sonaba Amarguras, en un momento delicioso. 

La procesión continuó por la calle Lealas para volver por la calle Juan de Torres. Allí, los cofrades de la Pastora de San Dionisio, prepararon una lluvia de pétalos para endulzar el rostro de la Reina que se acercaba al reino de su Calvario. No cabía ni un alfiler en la estrecha calle que desemboca en Santiago. Y así fue buscando su casa la cofradía, tomando su calle. La calle donde el saetero rasgaría la noche con su eco cuando en la tarde del Viernes Santo cantaba aquello de “porque yo no me explico / cómo en un pañuelo tan chico / cabe una pena tan grande”.

Delicioso repertorio musical y maravillosa imagen del paso de palio con el rostro de la Señora refulgente por la luz de toda una candelería encendida. Iba Ella sola en su paso de palio. Sin San Juan y sin las antiguas 'Marias'. Pero la Piedad lo llena todo. Y todo se centra en su divino rostro. Un semblante cargado de hermosura que encontró su reposo cuando volvió a entrar en la capilla del Calvario. Trescientos años de Piedad. Tres siglos que se resumen en que Jerez quedó cautivado de su belleza.

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