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Jerez íntimo

Pilar de amistad a las jerezanas maneras

No envejece ni se deteriora la amistad –ese garante, esa fontana, ese efluvio, ese rosal, esa consonancia- que, al tantán de cada curso escolar, logramos cimentar durante los siempre añorados años de la EGB, el BUP y el COU: años, sí, tan machadianos en la búsqueda del “tú que nunca es tuyo ni puede serlo jamás” y “donde se siente más de la cuenta por falta de fantasía”. La amistad a la que aludo y sobre cuyo cogollo yergue la patria de los recuerdos, esa amistad de nuestra niñez y nuestra adolescencia, aún mantiene incólume la trenza de su verdad. La caracola de su pureza. El sí bemol de su sonido. Así que pasen quinquenios, así que pasen milenios.

Las amistades del colegio sostienen el paraje emocional de una inconcebible belleza. Amistad de compañeros que no fueron bluff, que no fueron blooper, que no fueron pifia... Los amigos del colegio o los olímpicos afectos sin malicia. El tiempo –que es electrizante y a menudo sale a escena con garfio en la mano izquierda y parche en el ojo derecho y loro acogotado en la hombrera- no todo lo piratea atando moscas por el rabo. Los amigos del colegio son top sin manta. Los amigos de cuando entonces no presentan fecha de caducidad –pese a la distancia y/o la prologada y prolongada pérdida del contacto-. Amistad altruista e inocentona –limpia- cuyo pacto de sangre se basaba en las afinidades electivas y en la pulsión compartida del despertar a la vida. Amistades de rodillas desolladas y amores germinales y anonadamientos rebeldes y lealtades a pruebas de bomba –donde nadie colgaba a nadie ningún sambenito ni la avaricia rompía sacos de purpurina-.

Amistades fraguadas –nunca de boquilla- en el colegio, en el instituto, que eran como el amarillo calabaza del verso y beso primero: imperturbable. Henchidas de franqueza infantil y de veracidad juvenil: sin triquiñuelas ni afanes de medro. “No hay cosa más censurable que un amigo que no sea sincero”. Palabra de Montesquieu. Ya lo subrayó con diestra caligrafía de carboncillo el propio Zorrilla: “Amistad nunca mudable/ por el tiempo o la distancia,/ no sujeta a la inconstancia del capricho o del azar,/ sino afecto siempre lleno/ de tiernísimo cariño,/ tan puro como el de un niño,/ tan inmenso como el mar”.

Pues bien: concluyen etapas al estilo horaciano. Ars longa, vita brevis. Tanto como el zigzagueante vuelo –efímero y alicorto- de un avión de papel. La biografía de cada cual encara y encarama senderos plurales y por lo común divergentes. Y el grupo se separa por azares universitarios y por destinos profesionales. Pero quienes tallaron los afectos diarios -¡la pandilla!- en el trecho de la niñez a la adolescencia suelen tomar ahora –décadas después- la iniciativa del reencuentro, de la quedada, cuando alguna puntual efeméride solicita el turno de palabra. Y así ha sucedido -¡me hago eco!- este pasado sábado. En Jerez. Una promoción ha celebrado el 25 aniversario de la salida de COU. Promoción de El Pilar. Misa, charla y visita y convivencia en el colegio y almuerzo en Bodegas Santiago, sito en Plaza del Cubo, para celebrar la fecha señalada. Personas de bien que se han reencontrado en la grandeza de un sentimiento que no debe calificarse tan sólo como compañerismo a secas. Este sábado, de nuevo juntos Rafael Jorge Racero, Teresa Mantaras Ruiz Berdejo, José Manuel García Cordero, Marta del Rosal López, Mercedes Jerez Vega, Samanta Sánchez Bryanton, Raquel Saldaña Moreno, Inmaculada Fuentes Valero, Alfonso Cercas Sánchez, Cristina González López, Elena Argüelles Salido, Salvador Mateos Yáñez e Inés Porro Sánchez del Pozo. Unidos siempre. ¡Por el gran porvenir de su inmejorable pasado!

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