Los borrachos
Jerez, tiempos pasadosHistorias, curiosidades, recuerdos y anécdotas
Saber beber es una ciencia que muchos ignoraban y que algunos ya han aprendido; evitándose las diarias borracheras que a muchos hacía dormir la mona, en plena calleLos niños se aficionaban a la lectura de los libros, leyendo tebeos de aventuras que despertaban su imaginación, y luego cambiaban por otros en el mercadillo dominical del VillamartaDespués de la supresión de la Ley Seca, de los EE. UU. el año 1934, así vio a dos "curdelas", la aguda pluma del pintor jerezano Carlos González Ragel, creador de la "esqueletomaquia". (ARCHIVO DEL AUTOR)
NO voy a referirme, desde luego, a los borrachos de Velázquez. Por supuesto que no. Porque hoy vamos a evocar a otros borrachos, cercanos en la distancia, aunque lejanos en el tiempo. Porque, felizmente, ya no se ven en nuestras calles, especialmente de noche, aquellas lamentables escenas de hace sesenta, setenta años, en que no era nada raro toparse en cualquier rincón, y no precisamente sobre un banco, algún curdela durmiendo la mona. El clásico borracho, era una constante en nuestras calles. Y hablo de lo que pude ver, en aquellos tiempos, muchas veces; no solo de noche, sino también de día. Afortunadamente tan lamentables escenas callejeras ya no se ven, y en eso parece que los jerezanos han evolucionado, para mejor, tal vez porque hayan finalmente aprendido a beber. Porque saber beber es una ciencia que muchos ignoraban, hace más de medio siglo. Y de ahí, algunas de las historias que nosotros conocimos muy de cerca, porque Jerez era entonces lo que se dice un pañuelo, y casi todos nos conocíamos.
Beber, sobre todo a la vuelta de los entierros, era una costumbre que siempre terminaba en imponente borrachera. Y ya no era ver dando cambayás, ni rodando por los suelos, a más de uno que había empinado demasiado el codo, y no acertaba a guardar el equilibrio, sino que cuando llegaban a sus casas, solían pagar con la parienta y con los hijos el evidente exceso de alcohol. Y los que vivían en grandes casas de vecinos, eran testigos a veces de escenas lamentables, al formarse verdaderas trifulcas.
Yo creo, sinceramente, que entonces se bebía mucho más que ahora, no se sabía beber y, además, el vino que se consumía era de inferior calidad, generalmente del que entonces se conocía como espirriaque. Eso hacía que las borracheras fueran más sonadas y más frecuentes. Había quien hasta las cogía diariamente. Aunque lo normal era que fuera en los fines de semana, ya que muchos practicaban la poco sana costumbre de irse de copas con los amigos, cada sábado o domingo, hasta terminar a las tantas de la noche, completamente ciegos. Y, claro, la ceguera les hacía perder el camino, tropezar y caerse redondo por los suelos, sin que pudieran ya levantarse.
Por mi profesión periodística pude llegar a conocer muchas historias, unas cómicas y otras dramáticas. Unas porque me las contaron y otras porque las presencié de cerca. Ya he contado, en alguna ocasión, la historia de aquél barbero, Paco el Bizco, al que unos bromistas le tapiaron una noche la entrada a su modesta barbería, en el antiguo barrio de La Plata y, cuando se presentó en la misma, al día siguiente de haber cogido una monumental borrachera, alucinaba porque no encontraba la entrada de su negocio; mientras que a pocos metros, desde el Bar Parada, los amigos se lo pasaban en grande, partiéndose de risa, contemplando la angustia del pobre barbero.
Muchos tabanqueros tenían que poner de patitas en la calle a más de un pesado que no cejaba en molestar al resto de su clientela. Eran tiempos en los que muchos no se conformaban con tomarse los tres o cuatro vasucos de rigor, sino que pedían la bebida por 'medias limetas' que no eran, precisamente, en el mayor de los casos, vinos de marca, ni de medio tapón, sino de granel de barril o de garrafa. Bebida de inferior calidad y con excesivo contenido de alcohol que se subía a la cabeza más pronto que ninguna otra, produciendo los devastadores efectos que luego culminaban en borrachera y toda su consabida parafernalia. Y el mal vino solía tener, también, malas consecuencias. De eso, los tabanqueros sabían mucho. Y también muchas esposas.
Las tajás -como se decía entonces- eran pan de cada día, mejor dicho, el vino de cada día de muchos que, cuando rezaban, decían "el vino nuestro de cada día", en vez de "el pan nuestro". Y recordamos a un tal Triguito, quien las solía coger mortales en el antiguo Colmao de la calle Arcos, esquina a la calle Honda. Fue tal la borrachera que pilló un día que, mientras dormía la mona, en plena calle, otros bromistas le quitaron los zapatos, le afeitaron la cabeza, le vistieron de negro y le pusieron una capucha de percalina. Todo ello, sin enterarse. Y cuando despertó de la tajá, lleno de espanto, pidió socorro, diciéndole a uno que pasaba: "Mira, llégate al Colmao, pregunta si está allí Triguito. Y si no está, soy yo. Pero, si está… ¿entonces, quien soy yo?".
En mi libro de Los tabancos, que batió un récord de ventas, cuento muchas anécdotas de éstas; como la de aquél al que llamaban "Media Arroba", porque se bebió ocho litros de una sentada, para ganar una apuesta; o la de aquél señor muy serio, al que llamaban don Enrique, que faroleaba de haberse bebido él solito, a sus setenta y cinco años de edad, una bodeguita medio regular o, como también decía presumiendo: "Por lo menos, como nueve o diez tabancos, sí que habrán caío".
Un jerezano en Madrid, al que apodaban "Pepe el Tranquilo", al pasar por una lechería, sintió deseos de tomarse un vaso de leche. El hombre estaba desfallecido y como lo pensó lo hizo. Entró y se tomó el primer vaso de leche que se bebía en treinta años. Pero, una vez se tomó la leche, le asaltó cierta inquietud y, por dos veces, se asomó fuera, a la puerta de la lechería, cerciorándose de que ningún conocido pasaba por la calle, para salir corriendo precipitadamente, exclamando para sí: "Mira que si me ve arguien de Jeré salí de una lechería… ¡Qué vergüenza!"
Un gitano viejo de Santiago, al que yo conocí, allá por los primeros años sesenta, que tenía mucha gracia, iba cada noche a su casa, por la Enramá, agarrándose una a una, a todas las ventanas del trayecto, mientras le hablaba a las rejas de tú y se paraba para cantarle letras de chufla. Y otro borracho que chocó de madrugada con una ventana que tenía la reja un poco saliente, dicen que llegó a decir: "¡Será posible la hora que é! ¡Las tres de la mañana y las ventanas en la calle!"
Cuentan que había dos compadres que prepararon una excursión al campo, para cazar pajaritos con liga. "Tenemos cuarenta duros" le dijo uno al otro. "Encárgate tú de comprar la bebía y la comía". Y cuando llegó el domingo, el encargado de comprar las provisiones le dijo al amigo: "Mira, treinta y nueve duros, me ha costao er vino; y un duro, me lo he gastao en pan". Pero el otro, con el rostro completamente congestionado, le contestó alarmado: "Pero compadre, ¿vamos acaso a poné una panadería?"
Y el refranero está cuajado de sentencias, como éstas, para espolear a los bebedores: "Un hombre sin vino, es un barco sin timón", "Mucho beber y no tambalearse, caso es para admirarse", "Cuando las barbas del vecino veas remojar, vete al tabanco y coge una tajá", "El beber y no ajumarse es hasta acostumbrarse", "No por mucho madrugá se coge más pronto la tajá", "El camello es el único animal que se lleva muchos días sin beber; no sea usted camello" . O aquél otro que decía: "Quien buen vino tiene, goza a un tiempo de tres placeres: lo contempla, lo huele y lo bebe".
Y para terminar, recordemos los cuatro estadios o fases de la borrachera, según proclamaban los más experimentados curdelas de la antigüedad: "1º) Exaltación de la amistad. 2º) Cantos regionales. 3º) Insultos al clero. Y 4º) Devolución de lo bebido."
¡Que ustedes lo beban bien, con tacto y con tiento! Porque el vino es la más sana de las bebidas; y "de todas las debilidades, la menos peligrosa es que le guste a uno el vino". Al menos, eso dicen los buenos bebedores que, en esencia, suelen ser los que mejor viven y beben, sin emborracharse jamás. Aunque alguna vez, salgan plomeaos.
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