No es ciencia ficción
El Instituto Coloma expone en un peculiar museo sus 175 años de historia contada a través de plantas y animales disecados, fósiles, instrumentos de cuento, mapas, películas...
"Un domingo, el 24 de mayo de 1863, mi tío, el profesor Lidenbrock, volvió precipitadamente a su casa, sita en el número 19 de König-strasse, una de las calles más antiguas del barrio viejo de Hamburgo. Marta, su excelente criada, azaróse de un modo extraordinario, creyendo que se había retrasado, pues apenas si empezaba a cocer la comida en el hornillo". Julio Verne comienza así una de sus obras más célebres, Viaje al centro de la Tierra. En la emocionante expedición que inician el profesor, su sobrino Axel y el impasible guía Hans, con el objetivo de seguir los pasos del islandés Arne Saknussemm (que afirmaba haber llegado al centro de la Tierra), se habla de un extraño chisme, la bobina de Ruhmkorff. Un artilugio por el cual los aventureros obtenían luz eléctrica que iluminaba las entrañas del globo.
A finales de mayo de 2013, 150 años después, lo que parecía ciencia ficción es pura realidad. Sólo hay que darse un paseo por el museo del Instituto Coloma. En una de sus vitrinas, junto a la gloriosa obra de Verne, posa la famosa bobina de Ruhmkorff. Aunque ya no es de utilidad, su sola presencia ilumina cualquier tipo de viaje imaginario, emulando las arriesgadas incursiones de estos tres intrépidos a través de un cráter.
Un museo organizado según temas y espacios, ya que hay grandes artilugios que ha habido que colocar en lugares específicos. Una de las muchas joyas que guarda esta máquina del tiempo es el herbario, plantas disecadas conservadas entre papeles de periódicos, ordenadas en enormes carpetas con sus índices y todo, que han despertado el interés, por ejemplo, de la Universidad de Zaragoza, que ha realizado un estudio de botánica con algunas de las plantas que se exhiben en el Coloma ya que muchas de ellas fueron recogidas por la zona del Pirineo. "Lo más llamativo es que las hojas están aisladas de la humedad por periódicos de 1879, algunos de ellos. Es una forma de darle cronología, así que lo que hay aquí es anterior a esta fecha", cuenta María Dolores Rodríguez Doblas, que ha puesto en marcha este museo y lo cuida, además de ser profesora jubilada del centro. Por aquellas décadas del XIX había una ley que obligaba a cada centro a tener una colección de plantas. El Coloma lo hizo con la ayuda del farmacéutico Vicente Latorre y su hermano Nicolás, director entonces del instituto. Es una colección única en 18 carpetas.
Cuando se inauguró el instituto, hace 175 años, se empezaron a hacer gabinetes, como el de física o el de química, para los que se compraron vitrinas específicas del siglo XIX. Son alemanas. Luego se comienza la compra de aparatos. Entre ellos están la mencionada bobina del francés Ruhmkorff, encargada a él mismo por el instituto. "Algo que tuvo una fuerte repercusión en la enseñanza. De hecho, muchos de los aparatos que cuenta Julio Verne están aquí expuestos. Así que no es ciencia ficción, es pura ciencia", dice María Dolores Rodríguez Doblas.
Aparatos de electricidad cargados de plata y oro, la llamada botella de Leyden, las máquinas de vacío como los globos de cristal con campanilla, el martillo de agua cantante o las esferas de Magdeburgo. También se pueden ver maquetas de productos de la naturaleza como los granos de trigo, un paisaje geográfico o el corte para ver el interior de una planta. Otra vitrina llamativa es la que guarda huevos de aves, en los que está apuntado el animal de procedencia y el lugar en el que se cogió y la fecha. Todos conservados desde el siglo XIX. O fósiles de todo tipo como el de ballena, o los traídos de Madrid del Museo de Historia Natural...
Una de las zonas más espectaculares es la dedicada a los animales disecados, como aves cantoras, los mamíferos, entre ellos los linces, el puma... Hay canguros, ornitorrincos, un armadillo, que están aquí desde hace más de un siglo. "Uno de los más bonitos es el pelícano, con casi 200 años, o los patos, que proceden del Coto de Doñana. Algunas de estas aves vienen de zonas tropicales, traídas por los alumnos que, una vez acabados los estudios, se iban a la Escuela de Navegación o Navegantes de San Fernando. Luego hacían un viaje y se llevaban encargos del instituto", comenta María Dolores.
Y entre tanto animal, un hombre, 'El hombre clástico', que muestra toda su musculatura y que tiene también más de un siglo. Otro aparato que ha llamado la atención de un museo de Barcelona, interesado en conocer el origen del personaje, porque al parecer hay muy pocos de este tipo, uno Cataluña, otro en Buenos Aires y el de Jerez.
Y en la parte de física, se mezclan objetos únicos, de experimentos manuales que recuerdan a los libros de cuento. Como un cuerno de vidrio o una retorta, una pieza exclusiva que se hace por encargo. O los productos químicos, botellas de mil tamaños y colores, cuadernos de química de los alumnos. El barómetro magistral de Torres del número 6, hecho en Cádiz, especialmente para el instituto en 1885, con su cuaderno manuscrito de cómo funciona. Cerca, una mesa muestra a los alumnos experimentos con instrumentos actuales, y al lado, una vitrina expone los que se utilizaban en la época.
Sobre una mesa reposa la bandera que colgaba en los balcones cuando el instituto estaba en la alameda Cristina, bordada por alumnas del Coloma. Y mapas, hay cientos de mapas, que todavía hay que arreglar, que muestran el mundo entero con la evolución de los descubrimientos.
Otra joya, los cuadernos plagados de dibujos elaborados por los propios alumnos, como mapas hechos por un tal Ramón Novo Aguilar, el 27 de enero de 1916, de la Europa Oriental. Un detalle del profesor por conservarlos.
Justo en la entrada, una mesa conserva bajo su cristal la copia del examen de ingreso del Rafael Alberti, con faltas de ortografía tales como valeroso (con b) o enojados (con h). Claro que entonces tenía 11 años. Ya que del Coloma dependían numerosos centros de la provincia y por ello en él se conservan los expedientes de miles de estudiantes de Bachillerato de cualquier centro. O el expediente de Manuel Lora Tamayo, con casi todo sobresaliente, que fue catedrático de Química.
La visita acaba con los testimonios a través de películas o reportajes sobre Salamanca o Arcos, de los años 30, o con las diapositivas de vidrio.
El director del Coloma, José López, cuenta que este museo forma parte de la Asociación de Museos Históricos de Enseñanza, que además es muy visitado por antiguos alumnos, que estudiaron en su momento con los elementos que se exponen. "Ahora -añade- la siguiente batalla es conseguir crear un archivo con todos los expedientes académicos y la documentación que se guarda desde hace más de un siglo".
Esta es la historia de la educación, una lección que nunca acaba cuando suena el timbre y que el Coloma preserva siglo tras siglo.
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