Diario de las artes

Absoluta fusión artística

  • HERME BELLIDO, Cicus, SEVILLA

La artista sevillana Herme junto a algunas de sus obras expuestas en Cicus.

La artista sevillana Herme junto a algunas de sus obras expuestas en Cicus.

La pintura no imitativa, aquella que basa toda su esencia en el sólo poder de la forma, en los postulados del color, en la materialización de elementos ajenos a lo concreto, se plantea desde infinitas posiciones y puede generarse mediante el establecimiento de una fórmula mediata a lo real que imponga unos modos de expresión dirigidos al emocional de los sentidos, aquel que hace intervenir las más profundas sensaciones, las que están por encima de lo que la mirada capta.

Siempre me ha llamado la atención que, incluso las personas más cultas, aquellas que tienen un especial sentido de la sensibilidad, las que gozan de un espíritu bien configurado para la emoción, huyen de la pintura que no ilustra concreciones. Suelen ser grandes amantes de la música clásica y, después, desertan a la contemplación de un cuadro abstracto. Salta la pregunta: ¿cómo es posible que lo más absolutamente abstracto como es la música guste a una inmensa mayoría y la plástica abstracta manifieste tan poca afición? Humildemente lo tengo claro: las miradas inadecuadas; todo se quiere reducir a encontrar parecidos con lo real y cuando no consigue, se produce un profundo desapego y renuncio hacia lo que no tiene nada de supuestas concreciones.

La exposición que se presenta en la sala del Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla, CICUS, - calle Madre de Dios, 1 – es, a simple vista, un formulario de acertadas posiciones abstractas, una especie de gran sinfonía cromática que inunda de pasión coloristas cada uno de los soportes, acertadísimamente bien conseguidos y desarrollados con brillantez y solvencia plástica. Todo muy acertado y exquisitamente llevado a cabo. Ya, por esto, sería toda una muy buena muestra de arte abstracto; piezas que llegan a lo más profundo y abren las exclusas del espíritu para que entre una lección poderosa de materialidad y esencia formal. Pero hay más, mucho más.

Herme Bellido es una artista sevillana que llega a la pintura desde la fotografía para quedarse en ella. Me contaba que tras estudiar Bellas Artes en la capital hispalense se marcha al Reino Unido donde comienza a exponer y a tener algún muy importante reconocimiento. Se interesa por la música y comienza a estudiarla en profundidad. A partir de ahí, todo cambia por completo. Música y pintura funden sus ofertas artísticas y consigue un personal lenguaje abstracto partiendo de una especie de juego por el que a cada nota se le concede un color; mediante el propio sistema musical, con su complejo universo de notas, silencios, tiempos y todo su entramado, la artista compone un desarrollo colorista proporcionado desde el propio lenguaje musical.

A la artista sevillana, tal complejidad no sólo no le causó una dificultad máxima sino que le fue marcando horizontes para una creación plástica que se abría a las máximas experiencias. Ahora, cuando la propia experimentación ha ido creciendo y adentrándose por nuevas partituras – la primera fue la del Himno de la Alegría -, Herme Bellido nos ofrece una colorista sinfonía – nunca el término ha podido ser más apropiado – donde dos realidades artísticas yuxtaponen sus conceptos y sus maneras de expresión hasta desentrañar una realidad plástica donde la forma desencadena los más abiertos postulados.

La exposición nos adentra, sobre todo, por la significativa partitura de uno de los grandes de la música, el checo Antonín Dvorak y su sinfonía Número 9 en mi menor, Op.95, conocida como Sinfonía del Nuevo Mundo, una difícil obra que para conjugarla con el sistema cromático de la artista posibilitó desarrollos visuales de compleja y bella dimensión.

Me ha parecido muy buena la exposición, tremendamente esclarecedora su intención plástica y absolutamente determinante como nueva oferta de expresión abstracta. Además, la muestra ha sido comisariada por Paco Pérez Valencia que ha otorgado, como siempre, un plus de artisticidad en un montaje definitivo y con las medidas museográfica justas y determinantes. Una muestra que nos adentra por esos espacios no concretos donde flute la emoción y, en este caso, una especial armonía cromática que se va intensificando, vibrando, silenciándose o haciéndose tremendamente especial hasta llegarnos a lo más profundo del alma. Como toda buena música y toda buena pintura.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios