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Diario de las artes

Gran contenido, pobre continente

Una de las obras de Pedro Roldán expuestas en el Bellas Artes de Sevilla.

Una de las obras de Pedro Roldán expuestas en el Bellas Artes de Sevilla.

Que Pedro Roldán es uno de los más insignes imagineros españoles del siglo XVII para nadie, ni siquiera para los pocos amantes de la religiosidad popular que existan, les puede parecer algo difícil de entender. Su trabajo excelso, magnífico, impresionante nunca y tuvo la misma o parecida importancia que los grandes de aquel momento, Juan Martínez Montañés, Juan de Mesa, Francisco de Ocampo y toda aquella pléyade de grandísimos escultores que existió en la Sevilla, espectacular, del gran Siglo de Oro artístico. En este año se cumplen los cuatrocientos años de su nacimiento. Fecha para celebrar, máxime, ahora, que por cualquier mínimo asunto o por el más insignificante artista se celebran fastos impresionantes. Era de suma justicia que el gran imaginero tuviera un reconocimiento y una gran exposición. Otros lo han tenido para bien de la historia personal y de la significación que tuvieron en el discurrir del arte.

Lástima que tan importante acontecimiento no haya tenido la trascendencia expositiva que el artista tuvo. Vayamos por partes. Nadie tendría duda, quiero entender, salvo los tontos desinformados ajenos a los desarrollos del arte con mayúsculas y afectos a pamplinas ideológicas, ni objetaría la celebración de una gran muestra que homenajease a quien tanto contribuyó a que la imaginería barroca andaluza alcanzase el grado de importancia que tuvo, tiene y, con toda seguridad, tendrá. Se buscó un sitio adecuado, el mismo donde a otro de los más grande se ubicara su magnífica exposición, el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Había que encontrar un especialista en la materia que comisariara el evento con criterio, rigurosidad y conocimiento suficiente; no fue difícil y el profesor Roda Peña no era mala elección. Además me pareció bastante acertada la misma pues se temía que las obras elegidas sólo respondiesen a los intereses poco rigurosos que se desprenden de los entusiasmos cofradieros. Hasta ahí todo normal e, incluso, con muy buenas perspectivas.

Esculturas del gran imaginero sevillano del siglo XVII. Esculturas del gran imaginero sevillano del siglo XVII.

Esculturas del gran imaginero sevillano del siglo XVII.

Se preparaba una exposición conmemorativa de un artista importante, muy importante; se había encontrado un comisario preparado, aceptado por casi todos, con un conocimiento del medio que muy pocos tenía, un rigor científico hacia una producción muy amplia y que podía estar condicionada por espurios intereses. El profesor Roda Peña partía con todas las bendiciones. Sin embargo, por toda la exposición comienzan a aparecer nubes borrascosas: el espacio y la museografía.

Se tenía muy presente la pasada exposición sobre Juan Martínez Montañés en el propio Museo de Bellas Artes. En aquella ocasión nos encontramos un pésimo montaje, con una distribución caótica, una movilidad imposible, iluminación mal estructurada y una visión de las obras que dejaba bastante que desear. Aquello podía haber servido para que, en esta muestra, las cosas se hicieran distintas y los problemas de entonces sirvieran para encontrar, ahora, buenas soluciones. Nada de nada. Todo lo contrario.

No es de recibo que una muestra de la importancia de esta, con el nombre de Pedro Roldán como protagonista, aquel excelso imaginero barroco, uno de los grandísimos de la Sevilla importante del gran Siglo de Oro, se presentase en una sala a todas luces pequeña para tan importante número de obras de calidad manifiesta que habían de ser contempladas con todo el rigor necesario. En ella, como ocurrió en la de Montañés, la movilidad es igual de caótica, provoca patentes aglomeraciones, impidiendo una adecuada visión. Esto es de claro suspenso en primero de una supuesta carrera de montajes expositivos. Poca y hasta absurda la justificación por la que se alude a haberse planteado el recinto imitando una especie de taller de imaginería. Pobre argumentación que no convence absolutamente a nadie.

Otra imagen de la exposición conmemorativa. Otra imagen de la exposición conmemorativa.

Otra imagen de la exposición conmemorativa.

El encargado de tan desafortunada ‘desorganización’ ha sido el arquitecto y pintor Juan Suárez. Zapatero a tus zapatos. Tan equivocado planteamiento, con ese error mayúsculo en la elección de tan pequeño espacio expositivo se ha visto aumentado con la disposición de unos cortinajes que tapan las maravillosas obras que alberga la iglesia del antiguo convento mercedario. Estaba claro que ese espacio no era el más adecuado para una muestra tan significativa. Se necesitaba un lugar mucho mayor, con una disposición adecuada y un diseño expositivo correcto, riguroso, bien estructurado y, por supuesto infinitamente más grande para unas obras, por otro lado, magníficas y reveladoras.

Una exposición no debe ser nunca un sumatorio de obras, mostradas de cualquier forma y sin intención museológica alguna. Porque Pedro Roldán fue un artista grande, un escultor genial que llenó de esplendor una época, compitiendo con talleres de suma importancia. En Sevilla, su ciudad, se encuentra un patrimonio gigantesco. En el imaginario de muchos están grandes piezas salidas de sus gubias y que constituyen ese legado que el pueblo venera. Precisamente uno de los grandes aciertos del profesor Rosa Peña, en la selección de piezas, es haberse decantado por obras de importancia capital que se salen un poco de ese conocimiento inmediato de la gente y que forman parte del ingente patrimonio de las cofradías. Obras excelsas que han sido rescatadas de sus espacios habituales y se han ofrecido al pueblo para su contemplación –La Virgen del Mayor Dolor de la Parroquia de Santa Cruz, el magnífico Cristo de la Caridad del Hospital de la Caridad de Sevilla, el Cristo del Perdón de Medina Sidonia, la Santa Ana y la Virgen Niña de Montilla, un magnífico Ecce Homo, entre otras-.

Al mismo tiempo, se presentan la Virgen de la Leche y una Cabeza de San Juan Bautista Niño, obras de su hija Luisa Roldán, La Roldana; un retrato de Pedro Roldán cedido por el Prado; un grabado de Valdés Leal; así como distintos documentos. Lástima, sin embargo, que el continente no haya estado a la altura del contenido. Esperemos que en próximas exposiciones conmemorativas de la importancia de esta no se caiga en los mismos apreciables errores.

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