Esa gente tan maravillosa

Genio y Figura

En las entrañas del centro: memoria de algunos de sus 'filósofos' en el tabanco de la vida.

Esa gente tan maravillosa
Juan P. Simó

Jerez, 01 de marzo 2015 - 01:00

Hace más de treinta años, Jologa dejó para el recuerdo unos diez lienzos de personajes populares de la ciudad, aquellos que nunca salen en postales ni retratos, ni sus nombres son rimbombantes. Los cuadros fueron comprados por ChanoeldelaVentalosNegros y, por fin, pasaron a manos del amigo 'Chinini', o Miguel López, que aún anda el hombre con sus 72 trompos en su taller de calle Ávila, ocupando su cabeza entre manualidades. El 'Chinini' colgó los cuadros en su restaurante, 'El Rincón del patio', y allí estuvieron casi medio siglo. Pero, ¡uy!, llegó el de Madrid pidiéndole subir la renta antigua a 3.000 euros y adiós. Adiós al restaurante y adiós a los cuadros, que ahora conserva en su taller.

No son todos, unos siete, por lo que faltan muchos. Y voy directo porque sitio hay poco para hablar de estos hombres curiosos, graciosos y con arte, buena gente, que bebían, cantaban y bailaban, con una filosofía de la vida que sólo podría dar esta tierra. Y, como centro de sus vidas, el tabanco, el vino. Por tanto, allá vamos.

Siempre me llamó la atención Miguelito. Tan menudo, tan arreglado, tan elegante, con el rostro de un veterano actor de Hollywood, Miguel Cardoso, 'Guallarmino', era ante todo un bohemio. Nacido en los años veinte a la sombra de la basílica de El Carmen, su enorme pasión por los toros le llevó junto a noveles toreros por toda Andalucía y Extremadura. El hombre llegó a torear becerradas en Jerez, hasta que un buen día apareció en Barcelona, ahorró un dinerillo y volvió a Jerez, donde abrió en la calle Larga el bar 'Los Corales', un local de extremada fama donde acudían artistas y toreros y donde, decían los flamencos, se servía el mejor café de la ciudad.

'Exhibición perruna'

Coetáneo suyo fue 'El Peñita', otro personaje, nacido en la misma casa donde vio la luz Don Antonio Chacón. Nada se le pegó del cante y aunque su problema mental le acarrease más de un disgusto, fue persona entrañable y querida, especialmente entre los seguidores del Xerez, por el que mostró siempre una pasión sin límites. ¿Quién no recuerda sus célebres volteretas, que eran vitoreadas y aplaudidas por la afición? Ese incansable escritor que es Pepe Castaño conoció a 'el Peña' como a tantos y tantos hombres, algunos con sus facultades mermadas, que pululaban por las calles y tabancos de Jerez. Fue desde que utilizaba pantalones cortos cuando correteaba por Bizcocheros y Larga con un babi de barbero. Muchos de esos recuerdos los recogería en su ameno libro de 'Éteres'. Decía que quizás, cuando 'el Peña' falleció, también se fue un sentimiento xerecista que fuese la premonición del futuro del fútbol en Jerez, tan penoso hoy día.

'Juanele' nos acompañó también durante un pasado reciente. Torpe de ambas piernas, siempre vigilante en calle Tornería, decían que su tara era defecto de nacimiento. Pese a sus cosas, tuvo que saber de Manolo Baena, el marqués de Baena o 'Manolo el Perro', como todos le conocían. Tenía la costumbre el hombre, siempre bien educado, de arrimarse a las reuniones y, para hacerse visible, emitía pequeños ladridos. Cuando era correspondido y a modo de agradecimiento, Baena levantaba suavemente una de las piernas imitando a un perro orinar.

Hombre correcto, bien presumido, roneaba calle Larga arriba calle Larga abajo vestido con ropa de marca y lustrosos zapatos ingleses que recibía de la gente de bien. Esta apariencia le animó a codearse con los socios de algunos casinos, algunos de ellos con títulos nobiliarios. Baena no quiso ser menos y se 'puso' entonces el título de marqués, del que se jactaba cuando visitaba a las jovencitas que trabajaban en los talleres de costura de la ciudad. Baena terminaría sus días en el asilo de San José por una maldita diabetes que no respetó ni al 'marqués' ni a su 'perro'.

Y ya puestos en el camino, ¿quién no recuerda o ha oído hablar alguna vez de 'el Barilla'? El mejor 'representante' que pudo tener Brotons el de los disfraces, era el Lon Chaney de las calles jerezanas, como bien lo ha descrito Pepe. Tenía mil caretas, mil indumentarias y disfraces, pero también un enorme corazón y simpatía que asomaban en su vida y alegría bohemias. Por su originalidad, elocuencia, gracia y ocurrencia, 'el Barilla' merecería un puesto de honor entre estos 'filósofos' de la calle.

'Los supervivientes'

Como el gran D'angelo o su compañero de fatigas Sebastián 'el Brenes', que tenía como única riqueza el amor de su madre y que, al perderla, se quedó también sin brújula del tiempo y del cariño. Por eso, como muchos otros, tuvo que arribar en el tabanco de la vida en busca del calor del amor perdido.

No quiero olvidarme de Emilio 'el Guardia', que ahora anda malito con la férrea obligación de ser atendido por una persona. Hombre incansable, se enfundaba sus guantes blancos siempre que la ocasión lo requiriera. Con sus gesticulaciones nerviosas y su incomprensible verborrea, decía Pepe de Emilio que era un guardia de continua vigilia que intentaba dirigir un tráfico que no tiene volante, queriendo en su conciencia inconsciente imponer una multa a la sociedad por no entender en qué dirección marcha el sentido de la vida, por ser una máquina de humanidad perdida. Todavía lo estoy viendo, mascullando palabras que él solo entiende, cuando no sentado inopinadamente a la vera en cualquier bareto en espera de que caiga el café con leche.

Y, en fin, ¿cómo olvidar a 'el Caco', otro de los supervivientes de esta legión de almas que nos han puesto en ese gran tabanco de la vida? Le recuerdo aún cada domingo por la calle Larga, asido por la oreja a su transistor para no perder detalle de la pelota. Y ahí sigue, ahora con su pelo largo y cano, frecuentando su gran amistad con el relojero Paco.

Quién sabe si en aquellas largas noches del 'patio' del Chinini, unos y otros se descolgaran de sus lienzos para celebrar en torno a 'el Barilla' su forma de ser feliz tal y como siempre la entendieron: riendo, cantando, bailando o bebiendo hasta el alba y preguntándose -porqué no- si realmente eran ellos los cuerdos o eran los demás.

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