La guerra terrestre
crónicas de la gran guerra
De trinchera a trinchera. Europa fue el epicentro de un enfrentamiento bélico marcado por los combates en tierra, el inmovilismo de las tropas y la irrupción decisiva de la ametralladora
CONOCIDA popularmente como la guerra de las trincheras, la Primera Guerra Mundial tuvo un carácter marcadamente terrestre y sus frentes más importantes fueron los europeos: el oriental, que enfrentó principalmente a los imperios alemán y austro-húngaro con Rusia y Serbia en sus fronteras naturales y, sobre todo, el occidental, que reunió por una parte a Francia e Inglaterra y por otra a Alemania, que invadió el territorio francés en un ataque tan rápido e inesperado que muchos soldados franceses en París tuvieron que acudir al frente en taxi.
Hubo también otros frentes. En África los aliados atacaron los enclaves alemanes con tal rapidez que estos se rindieron en todas sus posesiones, excepto en Tanganika, que resistió hasta el final de la guerra. En Asia, Japón declaró la guerra a Alemania e inmediatamente desembarcó en las islas Marianas y en las Carolinas que Alemania había arrebatado a España no mucho tiempo atrás y, ante su empuje, China tuvo que ceder a Japón parte de su territorio. El Tratado de Versalles que siguió al fin de la guerra dejó estos territorios en manos niponas, lo que tantos muertos habría de costar a los marines norteamericanos en la Segunda Guerra Mundial que no tardaría en estallar.
En Oriente Medio, Churchill propuso un plan para ayudar a Rusia a través de los Dardanelos y, aunque fue desaconsejado fuertemente por los militares, se impuso la terquedad del Primer Lord del Almirantazgo y los ingleses desembarcaron en Gallipoli, donde fueron rechazados por el joven general Mustafá Kemal "Ataturk" y las bajas británicas se contaron por millares. Menos trascendencia tuvieron los frentes italiano y balcánico, pues a la declaración de guerra entre el imperio austro-húngaro y Serbia, mecha inicial de la contienda, siguió la ocupación inmediata de esta por los austríacos. Los frentes principales, por tanto, fueron los establecidos en el centro de Europa al este y al oeste de Alemania, si bien el que formaron alemanes y rusos con sus divisiones se mantuvo prácticamente intacto a lo largo de toda la guerra, lo mismo que el que establecieron los austro-húngaros con los rusos, aunque no así el que los separaba de los serbios, ya que este país fue absorbido por el imperio austro-húngaro a las primeras de cambio.
De este modo, el frente más importante de todos fue el occidental que separaba a ingleses y franceses de los alemanes y no porque resultara un frente de especial relevancia estratégica, ya que, como el resto, apenas se movió a lo largo de los cuatro años que duró el conflicto, sino porque fue en aquellas trincheras donde murieron la mayoría de los soldados que regaron con su sangre los campos del centro de Europa.
Tras el ataque relámpago a Francia por parte de Alemania que obligó a Inglaterra a declararse en guerra contra el imperio alemán, las tropas del Káiser fueron detenidas a orillas del río Marne cuando ya vislumbraban la torre Eiffel. Como quiera que este frente quedó inmovilizado, los alemanes atacaron entonces algo más al sur, en un importante nudo ferroviario en la pequeña población de Verdún, donde las tropas quedaron estancadas igualmente, siendo entonces los ingleses los que abrieron un tercer frente todavía más al sur, a orillas del río Somme, pero en esta ocasión fueron los alemanes los que detuvieron la contraofensiva.
Paradójicamente, el estancamiento general de los frentes se debió a la revolución industrial que, en opinión de los políticos, permitiría a los hombres progresar como tales y haría olvidar el hambre, las enfermedades y la guerra. Ocurrió, sin embargo, que la producción militar evolucionó tanto que cambió radicalmente los conceptos tácticos de la guerra, ya que, como se encargaría de demostrar esta de 1914, las armas modernas eran tan devastadoras que resultaba preferible defenderse antes que atacar. De entre todas las armas destacó principalmente la ametralladora, cuyo concepto innovador creció proporcionalmente en ambos bandos de la mano de traficantes tan poco escrupulosos como el ruso Basil Zaharov, que entre otras cosas sobornó a políticos españoles para que torpedearan el proyecto submarino de Peral, de manera que pudiera lucrarse personalmente con su explotación. Sin embargo, como queda dicho, el arma más trascedente fue la ametralladora, capaz de disparar cuatrocientos proyectiles por minuto, pero que resultaba un armatoste muy complicado de transportar, por lo que resultaban infinitamente más eficaces montadas en las trincheras que a hombros de los soldados de infantería. Y lo mismo podría decirse de otra arma nueva como los pesados cañones de largo alcance, que sólo tenían sentido en la retaguardia ya que resultaban imposible de transportar a través de unos campos de batalla generalmente enfangados y plagados de los enormes agujeros que dejaban sus propios proyectiles.
En estas circunstancias, ambos bandos apostaron por la guerra de trincheras, creando tal conglomerado de sótanos y túneles que algunos frentes se convirtieron en verdaderas ciudades subterráneas en las que el pobre soldado no sabía qué amenaza era peor, si los piojos y las enormes ratas con los que, además de con docenas de cadáveres humanos, tenían que convivir a diario, el frío y el hambre que suponían una constante en sus miserables vidas o el enemigo que le batía desde las trincheras del otro lado con sus ametralladoras o desde posiciones más alejadas con sus cañones capaces de lanzar proyectiles de hasta 800 kilos de peso. Establecida la guerra de trincheras de modo que en los cuatro años que duró la contienda el frente apenas se movió diez kilómetros, fueron apareciendo otras armas concebidas precisamente para este tipo de defensa, como el tanque, que probó su versatilidad en la Primera Guerra para hacerse mucho más eficiente en la Segunda y, sobre todo, el lanzallamas y el gas, que aunque apenas causaron un dos por ciento de las bajas totales, inspiraban tal horror desde el punto de vista psicológico, que empujaron a muchos soldados al suicidio ante la inminencia de ser calcinados en sus trincheras o el deterioro que causaba en los organismos el cloro o el temible gas mostaza.
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