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“Me gustaría convertir mi nueva casa-estudio en un pequeño museo de trampantojos”

  • Una entrevista de Marco A. Velo con el pintor Julio Rodríguez

“Me gustaría convertir mi nueva casa-estudio en un pequeño museo de trampantojos”

“Me gustaría convertir mi nueva casa-estudio en un pequeño museo de trampantojos”

Su calidad como fisonomista está fuera de toda duda. Un creativo nato. Así está considerado por críticos y voces autorizadas. A Dios lo que es de Dios y al César cuanto al César pertenece. Su imaginación crece en efecto multiplicador cuando se sitúa frente al lienzo. Julio Rodriguez es un artista completo. Gusta de las vanguardias, del surrealismo. Mantiene como referentes a Rembrandt, en atención a la técnica, y a Salvador Dalí, por los altos vuelos de creatividad del autor de Figueres.

Nació Julio con el don natural del arte pictórico. En su estilo pervive el trampantojo. Es dueño, por ende, de aquel objetivo -¿de aquella ensoñación?- no fácilmente asible: tener sello propio. O sea: no deja indiferente a nadie. Ya en alguna ocasión escribí que los cuadros de Julio Rodríguez sólo se parecen por entero a los cuadros de Julio Rodríguez.

El prestigioso crítico Bernardo Palomo ha dicho que Julio es “dominador de la escena pictórica y habilidoso manipulador de los entramados constitutivos, sabe desarrollar un realismo fotográfico de gran efecto visual, que convence al que lo mira por su indiscutible fortaleza plástica, por su concienzuda línea dibujística que perfila sabiamente cualquier situación y por su curiosa puesta en escena, a veces, desde los íntimos recursos formales de un simple bolígrafo Bic”.

El estilo propio, sí, se halla al pie del cañón. Laborando. Pintando a destajo. “Cuanto más se pinta, más oficio se adquiere. Pero lo fundamental en un pintor es encontrarse con uno mismo y darle personalidad a la obra. Digamos que entonces la creatividad, valentía, etcétera, están por encima de la técnica. Hoy en día existen grandes pintores, pero pocos artistas. Pocos artistas que arriesguen. Se peca de ir a lo práctico”. Julio arriesga, por descontado. Por lealtad a sí mismo no interviene al margen de sus propios criterios formales. Precozmente, ya niño, no dudó un ápice al respecto de su vocación: “Desde que tenía apenas seis años ya destacaba en el colegio. Mis juguetes preferidos eran los lápices Alpino, las ceras Manley y las temperas Pelikán. Incluso venían a mi casa a encargarme dibujos de Mazinger Z, que cobraba a cinco duros. Se puede decir que llevo casi toda la vida viviendo por y para la pintura”.

Domina el estilo claramente figurativo. Se mueve a través del realismo, del hiperrealismo. De un tiempo a esta parte cultiva con mano maestra, por supuesto, los trampantojos. Es más: desde hace tres años habita -y nunca mejor usado el verbo- una casa-estudio, donde combina el domicilio personal con su lugar de trabajo. Tal así estilaron tanto Dalí como Picasso. Ha habilitado en esta casa de dos plantas -y amplio patio- un espacio para su escuela de pintura. Allí acuden seguidores y discípulos, unos para aprender a dibujar y otros para perfeccionar la destreza ya adquirida. “Me gustaría -comenta- convertir este sitio en un pequeño museo de trampantojos, de modo que cuando se acceda al interior no se sepa qué es realidad y qué ficción, qué verdad y qué mentira”. Las ideas bullen en el pensamiento de este artista que además también gusta de trabajar por encargos.

Como retratista ha cobrado justa y larga fama. Calca la expresión, la personalidad de cada modelo. Es un retratista de rostros con almas cuando acaricia el pincel en la mano. A este respecto añade que “la verdad es que siempre he tenido fama de gran retratista. Soy muy buen fisonomista. Tengo facilidad para ver los parecidos en las personas. Recuerdo que un tío mío decía: ‘Este niño, de mayor, hará los retratos robot para la policía’. Una de mis exposiciones, El retratista de almas, fue un gran éxito de público y crítica, llegando a pasar más de dos mil personas por la sala Pescadería Vieja. Fueron retratos muy realistas realizados a lápiz y bolígrafo Bic, donde sorprendía la profundidad de la mirada”.

Julio se siente feliz: “Amo mi trabajo y me siento un privilegiado por hacer lo que más me gusta. Porque, aunque no me voy a convertir en millonario, siento que sí soy millonario de espíritu. Y esto es muy importante. Y además me consta que tengo muchos seguidores de mi pintura, lo cual me alimenta el ego de una forma natural. No me considero materialista, valoro la amistad y creo tener muy poquitos enemigos”. Hace apenas unos meses inició una idea de veras original: reproducciones de sus mismas obras en ediciones limitadas. Hablamos de series de 200 originales. Por temáticas, que son carpetas abiertas: famosos, Semana Santa, tauromaquia, paisajes, calles, etcétera. Por el momento ya ha reproducido tres laminas: Camarón, Lola Flores y el Prendimiento. A precio simbólico. En cuanto a sus técnicas favoritas, prefiere el lápiz y el óleo, aunque últimamente también apuesta por la frescura del bolígrafo Bic. Julio Rodriguez cree a pies juntillas en la inspiración: “La inspiración es fundamental en mi caso. Siempre estoy receptivo a poder atraerla. De hecho siempre estoy en otro mundo y me despisto mucho al tener la cabeza maquinando fantasías y creatividad”.