La herencia flamenca de García Márquez

García Márquez dialoga con Quiñones y Manuel Morao, en una recepción del año 1997 en Diputación.

04 de mayo 2014 - 01:00

QUE Gabriel García Márquez sentía especial predilección por el flamenco es sabido por todos. El escritor colombiano disfrutó en más de una ocasión del cante, el toque y el baile en muchas de las reuniones privadas que mantuvo con su gran amigo Felipe González cada vez que visitaba España, por lo general dos veces al año.

El Premio Nobel, que nos dejaba el pasado mes, no escondió nunca sus inquietudes por todo lo que rodeaba este mundo, desde el misticismo de los cantaores hasta la raíz del cante, que rebuscaba a través del pueblo gitano y su historia.

Así lo dejó entrever en aquella visita a Cádiz a mediados de los noventa invitado por el entonces presidente de Diputación, Rafael Román, y que congregó a numerosas personalidades de la cultura de la zona.

Cuentan los que asistieron a aquel encuentro que había donde elegir, pues coincidieron Fernando Quiñones, Enrique Montiel y Juan José Téllez, personalidades que de alguna manera han estado siempre cerca del flamenco. Sin embargo, García Márquez demostró una especial inquietud a la hora de descubrir al guitarrista Manuel Morao, que según recoge Diario de Cádiz en su edición del 11 de noviembre de 1997, se presentó ante el escritor diciendo: "Servidor, guitarra flamenca de Jerez y de Cádiz".

El testimonio gráfico que nos queda de aquel momento recoge una conversación distendida en la que el gesto del colombiano manifiesta un interés especial por la persona que tenía delante. Además, resulta curioso un detalle, el disco que Manuel Morao regaló al Premio Nobel. En su mano se aprecia cómo sujeta una cinta cassette y el cd 'Bulerías en compás de origen', editado en su día por Diario de Jerez en la Feria del Caballo de aquel mismo año, y que reunió en directo a las voces de María Monje, Chico Pacote, Juan Junquera, Joaquín 'el Zambo', Carmen la Cantarota o el desaparecido Antonio 'el Monea'.

Aquel encuentro lo recuerda siempre Manuel Morao como una experiencia "muy agradable porque García Márquez se le veía una persona cercana, aparte de muy educada".

"Estuvo charlando conmigo bastante tiempo, pero aparte del flamenco, donde me preguntó mucho por la bulería, hablamos también de cómo estaba el arte en aquel momento", continúa.

Al guitarrista jerezano le llamó la atención también que se interesase "mucho por la cultura gitana. El disco que le regalé tenía el sello de Gitanos de Jerez y él sabía que yo era gitano, por eso se interesó tanto por la cultura de los gitanos. Decía que había estado muchos años sin tener el apoyo de nadie y que él era muy partidario de defender una cultura que estaba bastante desprotegida".

Sin embargo, el acercamiento más trascendental de García Márquez al mundo del flamenco se hizo a través de Juan Peña 'El Lebrijano'. El cantaor conocía al escritor desde la década de los ochenta, donde coincidió con él en aquellas reuniones anteriormente citadas con Felipe González. "Él venía varias veces a España durante el año y como yo iba a todas, nos hicimos amigos", destacó en una entrevista de antaño el propio artista. Como ocurrió con Morao, García Márquez se interesaba mucho por los cantes. En una ocasión, el escritor entregó una cuartilla dedicada a Juan Peña 'El Lebrijano', en la que se podía leer: 'Cuando El Lebrijano canta, se moja el agua'.

Aquel gesto quedó marcado en la memoria del cantaor sevillano que años más tarde, en 2008, grabó el que sería su disco treinta y cinco, un trabajo titulado con aquella misma expresión y en el que se adaptaban textos de cuatro libros de Gabo: La increíble y triste historia de la cándida Eréndida y de su abuela desalmada (1972); El coronel no tiene quien le escriba (1961); Ojos de perro azul (1950) y Doce cuentos peregrinos (1992). De ellos salieron los nueve temas que compusieron el compacto y que para ver oficialmente la luz tuvieron que pasar el excesivo celo editorial de Carmen Barcells.

Para ver la luz al final del túnel, el artista estuvo más de dos años, con un problema de salud incluido, tejiendo un disco que por su profundidad llegó a convencer hasta algunos puristas.

El Lebrijano, curtido en mil batallas cuando se refiere a este tipo de enmiendas, los llevó a su terreno metiéndolos por soleá, bulerías, romances y seguiriyas, y recorriendo estilos tan señeros de Cádiz, Jerez, Triana, Utrera y Lebrija. Todo con los arreglos musicales de Pedro María Peña y David Peña Dorantes.

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