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La paradójica victoria del continuismo

Ha sido el presidente más detestado de la V República. Sus decisiones han batido récords de impopularidad. Y sin embargo, no había candidato que encarnase mejor el ideario político del presidente saliente François Hollande que Emmanuel Macron.

No se trata sólo de que la línea socioliberal defendida por Macron se inscriba en la impulsada por Hollande en sus cinco años en el Elíseo: es que fue su ministro de Economía y arquitecto de varias de sus reformas.

Imposible obviar aquí el cúmulo de circunstancias que han conspirado para su triunfo. Pero, además de injusto, sería torpe olvidar que si ha ganado las elecciones, se debe también a su capacidad para convencer a los franceses de que era, como mínimo, el candidato menos malo. Es decir, justo lo contrario de su otrora jefe.

¿Cómo puede ser que el aspirante que mejor representaba el continuismo haya conseguido una contundente victoria? Esta incógnita tiene 20 millones de respuestas, tantas como votos, pero muchas apuntan a sus personalidades y su imagen a ojos del electorado.

Donde uno es percibido como un apparatchik del Partido Socialista, con poco respeto a la palabra dada y sin fuerza para imponer sus ideas, el otro se presenta como un hombre que no debe nada a nadie, con afán genuino por reformar el país y el carácter necesario para sacar adelante sus proyectos.

La mitología gaullista atribuye al fundador de la V República la definición de la elección presidencial como "el encuentro de un hombre y un pueblo". Ese carácter eminentemente personalista de la Jefatura del Estado francés quedó de relieve con el paseo en solitario de Macron bajo la Explanada del Louvre para dirigir su primera arenga como presidente a sus seguidores: la escenografía del hombre solo frente a los retos.

Macron ha demostrado un ojo certero para aprender de los grandes errores de Hollande. Pero, por encima de todo, ha puesto especial esmero en esquivar el pecado original del quinquenio hollandista: las promesas no cumplidas y las esperanzas quebradas.

Preso de la paradoja Hollande, Macron, que lo sintetizó en "no quiero gobernar, quiero presidir", mantendrá las distancias para evitar que la identificación entre uno y otro pueda perjudicar sus aspiraciones de alcanzar una mayoría en las legislativas.

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