Un Curro más esencial

Diario de las artes

Un Curro más esencial
Bernardo Palomo

04 de noviembre 2017 - 08:52

Curro González

Galería Rafael Ortiz

Sevilla

El nombre de Curro González está ligado a los de los grandes artistas que asentaron las primeras bases del arte sevillano después de que éste asumiera, bien entrados los años 70 de la anterior centuria, la conquista de una Modernidad que en la ciudad hispalense se hacía demasiado resistente. Ha sido durante tres décadas pintor necesario en los ambientes artísticos sevillanos y artista de referencia para conocer la realidad plástica de esa Sevilla con profundos altibajos en el discurrir artístico. Curro González fue de los pocos que mantuvo una línea coherente en ese sistema creativo del arte sevillano; ha sido un pintor con lenguaje tremendamente personal y unas formas privilegiadas que lo convertían en un artista único en la, tantas veces igualitaria, pintura sevillana de los últimos tiempos; además, es modelo donde mirar para encontrar planteamientos creativos convincentes y claros para saber a qué atenerse.

La exposición de Curro González en la galería sevillana de Rafael Ortiz - calle Mármoles por si, todavía, hubiese algún neófito dispuesto a entrar en la dinámica de las buenas exposiciones - supone un hito muy a tener en cuenta en la carrera artística del pintor. Ante ella observamos que muchos de sus argumentos pictóricos han sido aparcados y, en sus nuevos cuadros, se atisba un nuevo horizonte con apreciables novedades. Lo primero que el aficionado encuentra es una pintura más despejada; atrás quedó esa especie de horror vacui que existía en muchas de sus anteriores composiciones con una trepidante amalgama de elementos constituyentes salidos del poderoso imaginario del artista y del entorno cercano que lo rodeaba. Ahora, Curro González acude a los fondos de tintas planas, rosas, verdes, turquesas; limpios horizontes donde se desarrolla esa iconografía tan querida por el pintor en la que se suceden elementos, de muy dispar naturaleza, que conforman un patrimonio, aparentemente sin conexión, entre los mismos y que crean esquemas mucho más básicos de una historia de imposibles con sutiles enigmas de un cuidado rompecabezas semántico.

En las piezas, tanto en las de gran formato como en las más pequeñas que ocupan la mínima sala de la primera planta de la galería, nos encontramos con sistemas gráficos que transcriben realidades presentidas de un mundo mediato y metafórico a modo de expectantes jeroglíficos - personaje acostado al que sólo se le ve los pies, la cuchara, el armadillo, el burro que come y bebe, la gallina o esa rata semihumanizada -, así mismo, el artista acude a textos - "La única certeza es que nada es cierto" -, que manifiestan pensamientos sacados de una filosofía que refleja cierta dosis de inquietud - . Todo en un desarrollo plástico de registros desconectados entre sí y generadores, también de inquietantes, fórmulas semánticas.

Estamos, pues, ante una exposición muy significativa de Curro González; una exposición que parece tomar un rumbo infinitamente más esencial con respecto a lo que era su particular pintura, esa que llenaba de personales referencias - acordémonos de su sempiterna presencia dentro de la determinante hojarasca constitutiva de su obra - una pintura poliédrica, susceptible de los más inesperados encuentros.

Por tanto, hay que decir que se trata de una muy buena muestra la que Rafael Ortiz lleva hasta los espacios - ya históricos en el deambular del Arte sevillano - de la calle Mármoles y en la que nos vamos a encontrar a un Curro González más artista que nunca, tan enigmático como siempre y creador privilegiado de una pintura que él hace eternamente atemporal.

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