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Lectores sin remedio

Dedicatorias paralelas

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Dedicatorias paralelas

“A Pilarita Azlor Aragón y Guillamas y a Isabelita Silva y Azlor Aragón. En las largas y solitarias horas de esta mi última enfermedad me imaginaba algunos días que veníais las dos, como tantas otras veces, y apoyadas en mis rodillas me pedíais que os contara un cuento; y para realizar en parte esta dulce ilusión os escribí entonces esta historia de ‘Pelusa’. Creo que esto será lo último que escriba; y no porque piense colgar mi pluma como el bueno de Cervantes, sino porque la enfermedad me la arrebató ya de las manos, y la muerte se encargará pronto de tirarla a la basura, que es el lugar más adecuado…”. Firmaba la dedicatoria “Luis Coloma, S. J. Madrid, 2 de noviembre de 1912 (P. Luis Coloma, ‘Cuentos para niños’. Ed. Peripecias). Dos años y medio aproximadamente tardaron sus vaticinios en cumplirse, pues el 10 de junio de 1915 el Padre L. Coloma daba su alma al descanso eterno, cuando ya contaba sesenta y cuatro años, quizá ni él mismo pensara llegar a tanta vida después de que a los veintiuno se pegara accidentalmente un tiro en el pecho, por el que estuvo al borde de la muerte. En su celda del convento de los jesuitas de Madrid, aquejado de cientos de achaques, esa “mala salud de hierro” que lo acompañó durante toda su vida, Coloma cerraba con aquella dedicatoria uno de sus cuentos infantiles, ‘Pelusa’, que fue escribiendo a lo largo de toda su vida y a los que tanto quería. A 2 de noviembre, con ese frío que anuncia la inminencia del invierno, consciente y resignado a dar por acabado el oficio que tanto tiempo le ocupó y en el que tanto amor volcó, la escritura, Coloma seguramente recordaría también a aquel “Carlitos X, ilustre general y revoltoso chicuelo” a quien dedicó su cuento ‘Periquillo sin miedo’ porque “una noche en que habías enredado más que de ordinario, te cogí por la manita sin decir palabra, y te llevé al famoso torreón moruno, terror de los revolucionarios del Colegio. Por el camino me dijiste que habías pensado ser un general muy valiente y que, por lo tanto, a nada temías”. Pero sobre todo, recordaría sin duda su cuento más emotivo, ‘Ratón Pérez’, para el rey Alfonso XIII, entonces príncipe, y publicado por vez primera en 1894. En la edición de 1911 Coloma se lo dedica a “Su Alteza Real el Serenísimo Señor Príncipe de Asturias, Don Alfonso de Borbón y Battenberg” con estas palabras: “Hace cerca de veinte años que escribí estas páginas para S. M. el Rey D. Alfonso XIII, vuestro augusto padre. Permitidme, señor, que, al reimprimirlas hoy, las dedique a V.A. deseoso de que arraiguen en vuestra alma, tan honda y fructuosamente como arraigó en vuestro padre, la sencilla y sublime idea de la verdadera fraternidad humana…”. En 1616, Cervantes ponía el punto final a su novela ‘Los trabajos de Persiles y Sigismunda’, que ofrecía a Don Pedro Fernández de Castro, séptimo conde de Lemos. En ella decía el más grande de los ingenios españoles. “Ayer me dieron la Estremaunción y hoy escribo esta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir, y quisiera yo ponerle coto hasta besar los pies a Vuesa Excelencia; que podría ser fuese tanto el contento de ver a Vuesa Excelencia bueno en España, que me volviese a dar la vida. Pero si está decretado que la haya de perder, cúmplase la voluntad de los cielos, y por lo menos sepa Vuesa Excelencia este mi deseo, y sepa que tuvo en mí un tan aficionado criado de servirle que quiso pasar aun más allá de la muerte, mostrando su intención”. Cervantes daba su alma al eterno el 23 (22) de abril de 1616, cuando contaba sesenta y siete años de edad. José López Romero.

Emilia Pardo Bazán, la pionera

De la misma manera que parece haber un consenso entre los especialistas, en cuanto a atribuir los orígenes de la novela policiaca a aquellos espléendidos relatos cortos protagonizados por el detective Auguste Dupin de Edgar Allan Poe, y que se publicarían entre 1841 (‘Los crímenes de la calle Morgue’) y 1844 (‘La carta robada’), publicándose en 1842 ‘El misterio de Marie Roget’, no parece que suceda lo mismo si nos referimos a nuestro país. Algunos autores han atribuido a García Pavón los orígenes tardíos del género en España, con su policía municipal de Tomelloso, Plinio, pero otros adelantan sus primeras manifestaciones incluso a 1853, con la aparición de ‘El Clavo’ de Pedro Antonio de Alarcón. Sin embargo sobre esta novela habría que decir que es evidente que está más cerca de esos relatos basados en hechos o sucesos reales de la época, que de las claves y características que hoy atribuimos al subgénero policiaco. Menos discusión parece despertar el caso de Emilia Pardo Bazán, que es autora de varios relatos que perfectamente encajan con lo que hoy entenderíamos por novela policiaca, como los titulados ‘Aljófar’ y ‘De un nido’, ambos publicados en sus ‘Cuentos’ (1902) y de los que el próximo año se cumplirán 120 años desde su edición. Sin embargo, quizás su relato policiaco de más fuerza e interés literario sea ‘La gota de sangre’ (1911), y donde el protagonista, haciendo gala de un gran poder deductivo, desvela el misterio de una muerte violenta a través de la mancha de sangre que aparece en una camisa. Esta escritora, conocedora de los relatos policiacos de Conan Doyle, aporta a este tipo de literatura más relatos como ‘La cana’ (1909) o ‘En coche cama’ (1914), entre otros. Antes pues de ese numeroso grupo de excelentes escritoras españolas que triunfan actualmente en la novela policiaca o negra, como Jiménez Bartlett o Dolores Redondo entre otras, ya Emilia Pardo Bazán a principios del siglo XX, elevaba el género en cuanto a calidad literaria e interés temático, dejándonos un ramillete de espléndidos relatos que aún hoy siguen despertando el interés de numerosos lectores, y la convierten en pionera de este subgénero literario en nuestro país. Ramón Clavijo Provencio

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