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Trato y retrato

El Nono, de reserva natural a la reserva activa

El Nono El Nono

El Nono

En su tabanquito de San Agustín, casi Guarnidos, nuestro amigo el Nono, entre mucha otra obra social, ejercía de amable taxidermista de cualquiera de las especies de nuestra variada fauna local.

En aquella pequeña esquina lindante con el inmenso coto del Arenal tenían su bebedero perdices de pico rojo, agachonas camino de casa, faisanes de vuelo corto, zorzales presurosos, espurgabueyes gorrones... así como otros bichos de monte sin excesivos remilgos a la hora del bebercio, que hacían un alto de calidad en aquel arroyo claro.

Ahora que la especulación y las autoridades dejaron a nuestro amigo, y sus furtivos clientes, huérfanos de aquel rincón de sombra, donde cualquier embuste de caza y pesca tenía su refugio; cualquier silencio su bulla y cualquier escopeta su licencia, el Nono anda de paseante en Corte con su amigo Fernando Martel como dos picoletos jubilados.

De ronda de saludo a los clientes de intervención de armas y a litigantes de linde. En estos tiempos en que florecen como cardos los tabancos de diseño con chochitos de Berasategui y jamón del mono de Arzak, el Nono es el último mohicano de aquellos tabancos jerezanos sin hielo, mujeres ni cocacola; despachos de vino que eran la pesadilla de un preventista de refrescos o un pollo pera en busca de ligue.

Con aquella barra de madera gastada que peinaba canas de tiza con las cuentas pendientes de sus tertulianos, los pacientes el codo en la barra en vez del culo en el diván, la más placentera y barata de las consultas de psiquiatra. En lugar del Diazepam un vaso de Cayetano del Pino y un halcón estupefacto de oyente.

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