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Particular ideario metafísicoForzando la complicidad de la mirada

Particular ideario metafísicoForzando la complicidad de la mirada

15 de julio 2011 - 05:00

MAGDALENA Bachiller lleva tiempo inmersa en una búsqueda consciente de estructuras pictóricas que le permitan indagar por variadas y diferentes posiciones donde el concepto, el espacio, la materia plástica, el propio sentido del arte y hasta las meras circunstancias creativas plantean su sentido. Por eso, su pintura no es la simple traslación de una realidad a un soporte material. Eso sería lo más fácil y ella lo lleva haciendo desde hace años con solvencia, carácter y trascendencia artística. La obra de Magdalena Bachiller asume un posicionamiento mucho más amplio, reflexiona sobre una dimensión artística que promueve, a su vez, nuevos planteamientos. La exposición en esta galería sevillana -una de las de mayor proyección de cuantas existen en la capital hispalense- es un paso adelante en su preocupación estética por analizar el espacio, en su configuración real y ficticia e, incluso, en su desarrollo social como entidad existencial donde se habita y tiene lugar un espacio vital que cuestiona el propio sentido humano.

Magdalena Bachiller juega con el concepto de la realidad. Por eso, parte de una instalación o maqueta, realizada con materiales extraídos del entorno, desechos de la propia sociedad en la que se habita, que abren las perspectivas visuales y dejan entrever escenografías donde lo real puede asumir su carga potencial de virtualidad. Pero la artista jerezana no se queda en el mero proceso estructural que proporciona la intervención espacial sino que incide en el propio proceso que ésta posibilita, creando una serie de pinturas y dibujos donde esta retícula de estructuras, patrocina un nuevo complejo escenográfico con una propuesta hacia contrarios. Hay presencias y ausencias, espacios vacíos donde la incidencia lumínica crea misteriosas proposiciones y nos adentra por una poética de lo metafísico, esos escenarios de intensidad conceptual donde la ausencia humana promueve situaciones especiales que hacen potenciar el recuerdo, la evocación de una humanidad ausente, pero con mucha mediata presencia.

El ideario estético, pictórico y conceptual de Magdalena Bachiller sigue hacia adelante. Su análisis de la forma y del espacio patrocina nuevas vías, redunda en lo inmediato buscando lo imprevisible de lo que se presiente, crea estamentos donde la existencia marca su voluble y arbitraria potestad y conforma un estamento espacial en el que lo real y lo irreal diluyen sus fronteras con la cómplice mirada de un espectador que puede -o no- participar de tan especialísimo proyecto.

Magdalena Bachiller -nuestra Malali de siempre- acrecienta en esta exposición su suprema potestad de buscadora nata. Su realidad pictórica va ocupando estamentos cada vez más importantes donde se acumulan la mayor intensidad creativa. Nosotros, que la hemos visto crecer en intensidad, fuerza y carácter, sabemos de su dimensión artística y de su ilimitado horizonte pictórico.

JULIO Rodríguez es uno de esos pintores que siempre están ahí. Todos lo conocen, todos lo respetan y todos saben de su valía artística. Además hay una cosa de Julio Rodríguez que me gusta y que habla muy a las claras de su importancia como artista: él tiene muy claro lo que hace, lo que quiere y cómo llevarlo a cabo. Julio no se deja llevar por las modas ni por los convencimientos arbitrarios de unos y de otros ni, mucho menos, por lo que pueda interesar en un momento dado. Su pintura está ahí, no hay vuelta de hoja ni existe trampa ni cartón. Lleva mucho tiempo siendo fiel a sí mismo y desarrollando un trabajo al que nadie puede poner objeción.

Tras su paso por la exposición colectiva FORMATO FIGURA, expone, en solitario, en Arcos, en ese espacio espléndido de la antigua iglesia de San Miguel, centro cultural al que ya han llegado muchos y buenos artistas de esta zona.

La pintura de Julio Rodríguez se basa en un dominio absoluto del dibujo, en un conocimiento extremo de los trebejos pictóricos y en unas formas que rozan lo fotográfico. Plasma la realidad con seguridad matemática hasta el punto en el que muchas veces, lo que hace, no son si no especie de trampantojos que posibilitan miradas cómplices. Argumenta una línea discursiva exacta, ilustrativa al máximo que no deja resquicio alguno para otra cosa que no sea la manifestación pura de lo concreto. Al pintor, lo mismo le interesa un simple juguete infantil que la potencia visual de un primer plano de un toro de lidio, el dibujo expectante, inquietante y apasionante de una antigua motocicleta, un magistral lance del gran Morante de la Puebla o un viejo almanaque con la inmediata imagen de Fray Leopoldo. Todo llevado a cabo con una asepsia pictórica total, con un domino espectacular de la forma y marcando las rutas de una especie de hiperrealismo aplastante. Es la pintura de Julio Rodríguez, un ejercicio absoluto y contundente de virtuosismo, un juego representativo donde lo real y lo ficticio -la pintura, en definitiva, no es más que eso- han perdido sus confines para intentar forzar la mirada, para que ésta busque ambiguas consideraciones y desencadene abiertas circunstancias.

Esta exposición de Julio Rodríguez no es más que la constatación de ese dominio formal que él tan pulcramente sabe llevar a cabo. Además, sirve para reencontrarnos, de forma inmediata, con un pintor al que todos sabemos cercano, del que todos conocemos su importancia técnica y al que todos respetamos. Es, sin duda, la manifestación simple y llenamente de un Julio Rodríguez en estado puro.

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