Bastiana Romero Fernández. Bailaora y Cantaora

"El cante está ahora demasiado moderno"

  • Le faltan dos meses para los 70 años y está dispuesta a seguir exprimiendo la vida

En el número 10 de la calle Cantarería vive el arte. Tiene el nombre de Bastiana Romero Fernández. Le faltan dos meses para los 70 años y está dispuesta a seguir exprimiendo la vida. Se queda extasiada cuando se sienta en su soleado patio, rodeada de flores y plantas, algunas de ellas un tanto extrañas, con forma de coliflor y cosas así. Acaricia la hierbabuena que crece en un macetón. Se huele las manos y piensa lo bien que quedaría en un puchero. Lee lo que puede, dice que aprendió con los prospectos de los medicamentos, y escribir..., no escribe mucho, “pero no he sido tonta, ¿eh?”, asegura.

En esta casa nació y vivió con sus padres por temporadas. Después, cuando se casó, se trasladó a la calle Guarnidos, donde crió a sus ocho hijos, para luego regresar al corral de vecinos, donde ya lleva 24 años. Pero donde realmente se crió fue en el campo, allá por la carretera de Trebujena, en La Mariscala, en una gañanía, junto a su tío Manuel ‘Obispo’. Toda la familia trabajaba de sol a sol, zoleta en mano, más grande o más chica dependiendo de la edad, con la remolacha, el algodón, la aceituna, los garbanzos... Ella ya manejaba la herramienta con 13 primaveras. Y así conoció a su marido. Sonríe y se le ilumina la cara cuando recuerda los comienzos. “Él pasaba por allí en moto para venir a trabajar a Jerez, en un puesto de cordero de la Plaza heredado de su hermano. Frenaba un poco y se quedaba mirando a la cuadrilla de niñas que estábamos en el tajo, a ver cuál le podía gustar más. Se quedó con mi cara. Yo, que no lo conocía aún, me apartaba cuando él pasaba por mi lado y hacía el amago de cogerme de broma”, ríe. Juan Moreno era gitano también y murió hace ahora un año. Han estado cerca de cinco décadas juntos.

Se casó Bastiana con 19 años, “muy pronto”, porque él estaba “bien y nosotros éramos los que estábamos malamente”. Una semana entera de fiesta para los dichos, para jartarse, y se jartaron. “Vino su familia, la mía y él, cuando me pidió la mano, a mí me dio vergüenza decir que sí, hasta que dije que sí (ríe). Fue todo precioso, hasta que ya propuse que se llevaran la bota de vino del corral, que ya estaba yo cansá de tanta fiesta. Y la boda..., la boda fue preciosa, que no duró tanto. Me casé en La Victoria porque Santiago estaba en obras”, cuenta.

Empezó Bastiana a trabajar en un puesto de ‘despojos’ en la plaza de Abastos. “De cuchillos no sabía yo nada, ni de mostradores, sólo de zoletas. Pero aprendí rápido. Me puso Juan (el marido) un chavalito para que me enseñara a cortar y a pesar. Cuando corté mi primer filete me dijo el muchacho: ¿a usted es a la que hay que enseñar? Si usted corta mejor que yo (risas). Ya sólo tuve que aprender los cuartos, los medios, los gramos”.

Llegaron los niños: Ángel, Juan, Dolores, Manuel, Tomás, Juana, Lourdes y Soledad. A partir de aquí, “una lucha grandísima, aunque ellos me han ayudado mucho en la casa”. Tomas (Tomasito) empezó a bailar a los 9 años y la madre lo acompañaba a los tablaos, “como era normal”. Ella hacía sus pinitos, aunque cuando realmente Bastiana se soltó en el baile fue cuando se ‘apuntó’ al grupo de mujeres de la peña Tío José de Paula hace unos 25 años, en su regreso al barrio, con la que ha recorrido muchos escenarios. “La verdad es que me llaman para muchas cosas, para zambombas, he hecho obras de teatro como ‘Carmen’, he ido a teatros en Barcelona en los que me perdía, fui al tablao de Lola (Flores) con ella a Madrid para Telecinco, en Londres... Yo me hago mis numeritos, muy grandes no". Reconoce que el baile “es algo que se lleva dentro, sale de tu cuerpo, no está estudiado (improvisa un baile, unos palillos)”. “Soy una persona espontánea -añade- y me encantan los cantes  por Lola, me los canto y me los bailo. Me pongo así, me cojo el vestío y así me voy moviendo (y lo hace a la par que habla). El pellizco hace que me levante”.  

Durante la entrevista, el patio es un goteo de familiares y vecinos de Bastiana que entran y salen. “Las mañanas son de consulta, como yo le digo. Vienen mis niñas a desayunar, mis nietas, mi nuera... Son como las mañanas de ‘La 1’. Pero esto es bueno, es señal de que doy la cara y de que me quieren”. Se abre una puerta y sale en pijama de rayas Pepe de Joaquina, su primo hermano, se disculpa y pide un cigarro. Ella le echa piropos: “éste sí que es un pedazo de artista, más que yo”. Él responde: “No digas eso”. La mira: “ella sí que es buena, es la que nos ha enseñado a nosotros”.

Habla de su vida en el flamenco. “En el campo se vivía mucho, más que ahora, y después de jartos de trabajar todo el día, formábamos unas fiestas.... Con la Currita, la madre de Navajita Plateá; la Chirrina, la Juanaja, muchas niñas, pero ellas sobresalían porque bailaban por soleá, otros bailes que no bailábamos nosotros por bulería. Ellas lo traían de Terremoto. Pues no nos cansábamos, de bailar, cantar, reírnos. Esa era nuestra diversión”. Y de camino habla de lo que se hace ahora: “lo que está viniendo es muy malo, lo puro, puro, lo escalofriante, no se hace. Hay buenos cantaores, pero lo que había antes, la verdad es que te digo que no. Ese Terremoto, ese Tío Borrico, esa María la Burra. Qué te hablo yo, están los Zambo... Todos ellos son de la pureza de detrás, de sus abuelos. El flamenco está demasiado moderno. Y los bailes por bulería de antes, tampoco”. Y se pone ella de ejemplo, su baile, “los respingos, los pellizcos, esos bailecitos, esas recogías. Y ahora no, ahora están las niñas muy rectas y muy metidas en el papel”. Recuerda Bastiana las fiestas en el corral con los señoritos, esos Domecq, Bohórquez, Pantera..., y les daba el día.

Y reconoce Bastiana que Dios la levanta cada día, le da fuerzas para seguir, que a él se lo debe todo, “porque también tengo dos niños malitos y están en centros de rehabilitación. ¡Los cuatros varones no me podían salir pintados! Pero bueno, sólo puedo contar maravillas de todos. Mi hijo Tomasito me ha ayudado a sacar la casa adelante. Es más casa de él que de nosotros, está pendiente de todo”. Dios es tan grande que la “revive, y si hay que ir a una fiesta a bailar, pues se va. Por gusto no se va, hay que ganar el dinero porque hace falta. Lo he pasado mal, pero tengo algo y es que soy lista. Me han pasado muchas cosas, muchas anécdotas”. Y cuenta cómo descambiaba la ropa de los niños después de haberlos bautizado o hecho la Comunión. “Sí, planchaba las ropas como si no les hubiera caído en el cuerpo y el lunes las llevaba a la tienda otra vez. Y es que la necesidad te hace saber más todavía”.

Bastiana, inmersa en estos momentos en los ensayos de ‘¡Viva Jerez!’ para el Festival de Jerez, lo ha aprovechado todo, “no he dejado nada por detrás. El tiempo que estado en el campo, casada, con mis hijos y ahora viviendo una nueva vida, tantos años de trabajo duro...”. Se queja de que las “mocitas” de su edad están todas perdidas, por otras barriadas, quedan para tomar buñuelos, que le salen exquisitos, como la sopa de tomate, la berza, el ajo. “Mi carne mechá y cosas de más envergadura como los calamares rellenos, que tienen su trabajo, el pavo trufado (carne picada, ahora huevo duro, ahora jamoncito, y abrigo las pechugas, las voy liando, las voy liando...). Pero todo hecho con tranquilidad porque con bulla no porque me aturrullo. Ahora ya no tengo ganas de tanto guiso, pero casi todos los domingos cae algo en el corral”. Pasa “a la sala” y enseña las fotos de sus nietos (que tiene 14), sus hijos, ella en la vendimia con 16 años, las bodas de sus hijas, el día de su boda, ella ya “de señora”, la Feria, Tomás haciendo la Comunión con la ropa del mayor...

Y para el porvenir, para lo que quede, no pide Bastiana dinero, “sólo salud, salud y que mis niños que están malos vayan a mejor. ¡Y que no falten las fiestas!”.

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