Un corazón para Europa
La Casa Natal del pintor acoge la muestra fotográfica 'El Montmartre que vio Picasso', un viaje a París que aborda el tránsito del siglo XIX al XX
Si visita usted hoy el barrio parisino de Montmartre, no tardará mucho en abordarle uno de los muchos dibujantes de caricaturas que pueblan sus calles y plazas. Le bombardeará con varias ofertas para inmortalizarle en plan gracioso a base de carboncillo, y le costará, seguro, aceptar su negativa y darse por vencido.
A la espalda de la monumental basílica de Sacré-Coeur se abre un amplio parque temático consagrado al turismo, con tiendas de artesanía, expositores repletos de camisetas con lemas simpáticos o soeces, cafeterías de atrezzo descarado en cuyos menús predomina la comida rápida, pastelerías que despachan los riquísimos macarons y algún pintor despistado que, enfundado en su boina, todavía planta su lienzo debajo de un árbol con la intención de reproducir el paisaje.
Pero entre finales del siglo XIX y el estallido de la Primera Guerra Mundial este barrio, originalmente un arrabal levantado por vecinos humildes, fue algo muy distinto: un nido de creación cultural, artística y filosófica sin parangón al que acudieron genios de toda pelambre con la intención de poner coto a la oficialidad predominante, adormecida y casposa, y plantar así un corazón en el pecho de una Europa catatónica.
Uno de estos genios fue Pablo Picasso, que acampó allí en 1904. Y por eso la Fundación Picasso Casa Natal ha inaugurado este semana la exposición El Montmartre que vio Picasso, una colección de más de 180 fotografías del barrio tomadas entre 1890 y 1905, complementada con algunas obras del artista, que podrá verse en Málaga hasta el próximo 6 de octubre.
Comisariada por Beatriz Trueba y José Luis Rodríguez de la Flor, la muestra da cuenta del legado de Paul Coutellier, un fotógrafo del que apenas se sabe, a través de una leve referencia que dejó Santiago Rusiñol, más que "vivió con muchas penalidades, pero tuvo siempre con él su cámara. Con ella se empeñó en dejar constancia de su barrio, en un ejercicio memorialístico", apuntó ayer Trueba en la presentación.
"De hecho, el arte postal tuvo en sus orígenes una naturaleza no tanto turística sino documental, y es posible también que Coutellier recibiera algún encargo municipal en este sentido", añadió Trueba, quien descubrió junto a Rodríguez de la Flor este legado "casi por casualidad, a través de una investigación sobre el barrio que decidimos emprender guiados por las crónicas de Ramón Gómez de la Serna".
Picasso se instaló definitivamente en este barrio en 1904, cuando, según recordó José María Luna, director de la Fundación Casa Natal, "era aún un hombre, un pintor, no un símbolo". El artista vivía entonces la transición de su conocida como época rosa a la época azul, y también en Montmartre realizó en 1907 la obra que le consagró ya como punto y aparte para la Historia de la pintura: Las señoritas de Aviñón.
Por eso, la exposición incluye cinco grabados de la Suite de los Saltimbanquis (entre ellos El almuerzo frugal, ya considerado estandarte de la época azul) y tres dibujos preparatorios de Las señoritas que el malagueño realizó en su estudio del Bateau Lavoir del enclave parisino y que, como los grabados, proceden de los fondos de la Casa Natal. Completan la propuesta diversos documentos y libros, entre ellos uno con un dibujo de Max Jacob, cedidos por coleccionistas privados y la propia Fundación.
Como explicó en la presentación José Luis Rodríguez de la Flor, la exposición ofrece "una contextualización precisa a un periodo esencial en la historia de Picasso". Pero, además, la historia de Montmartre es en sí misma fascinante.
Lo que durante siglos fue un arrabal instalado en un cerro a las afueras de París (y en el que se construyó, en 1134, la iglesia de Saint-Pierre, el templo más antiguo de París) en el que vivían gentes humildes, en las lindes de un bosque llamado Maquis al que iban a parar quienes carecían de recursos, se convirtió a partir de finales del siglo XIX en objeto de deseo por parte de artistas y escritores llegados de dentro y fuera de París "que terminaron conformando un foco de contracultura europea.
Todos se instalaron en la misma colina y aprendieron a convivir con la modestia de los vecinos. El surrealismo y el dadaísmo prendieron con especial fuerza en Montmartre, donde estuvieron Tristan Tzara y André Breton".
La muestra da cuenta de las colonias de artistas, los talleres, los cafés, los teatros y los cabarets, que, como cuenta Rodríguez de la Flor, "aparecieron en Montmartre con un sentido distinto al que pueden tener hoy. Entonces servían de cobijo a músicos ambulantes y se discutía en ellos sobre arte y política en un ambiente confraternal".
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