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Análisis

Felipe Ortuno M.

Ideologías y falacias maniqueas

Se puede ser imbécil de derechas y de izquierdas, según apuntillaba el agudísimo Ortega y Gasset, y tropezar derrotando por la diestra o la siniestra, como es evidente en los cosos. Porque todos tenemos, en nuestro haber de creencias ideológicas, kikiricosas que poco tienen que ver con la razón. Los prejuicios que llevamos de los unos y los otros hacen que las ideas científicas y racionales se truequen en consideraciones subjetivas y emocionales. En vez de examinar las causas, somos muy de llegar a las conclusiones sin análisis de las premisas; y a este punto le damos consideración y estoconazo definitivo. Nos solemos situar en las emociones primeras-primarias o heredadas, y decimos ser de izquierda, derecha, centro o equidistantes, como si nos hubieran regado con las aguas bautismales. Hooligans y fans de cualquier grupo social, esgrimimos los argumentos de superioridad. Así las cosas, todos los de derechas son unos sinvergüenzas y todos los de izquierdas unos desalmados, según me pille en un bando u otro.

Aunque seamos ciudadanos del mundo, vivimos en este tablero de ajedrez ideologizado donde todos jugamos, querámoslo o no, contra todos, aunque seas apolítico, que es otra forma de opción política. Porque tan religioso es el ateo como el creyente. Solamente el caballo es apolítico (y no quiero relinchar demasiado en ello). Oí que, en cierta ocasión, le dijo Franco a un ministro: "Haga usted lo que yo: no se meta usted en política".

En este juego donde los hay que se juegan el todo por sus ideales, confluyen los chaqueteros que visten una prenda u otra según soplen los vientos ideológicos dominantes (cuando el cierzo o el ábrego porfían). Mercenarios y plañideras que se afanan y lloran según precio, y así actúan en el teatro del mundo y el carnaval de las máscaras. Son los carotas, cínicos y sinvergüenzas que saben jugar bien las cartas apasionadas de quienes todavía creen en algo y se afanan por cambiar la vida desde las ideas y el corazón.

Tengamos cuidado con aquellos que dicen una cosa y sienten otra, porque pensar y sentir va en el corazón de cada uno, en la intimidad indescifrable, y no es de extrañar que lo que conocemos de quienes hablan mucho no sea sino falacia o antifaz de otra cosa bien distinta, que casi siempre tiene que ver con la faltriquera.

Los credos políticos, de izquierdas o derechas, están siendo tentados por los mercenarios ideo-políticos que se van disfrazando de la conveniencia, con tal de medrar en la jerarquía social. Y lo que digo de Félix, lo digo del gato; que están intentando tomarnos el pelo…

La vieja Andalucía, por la que ya han pasado tartessos, íberos, fenicios, griegos, cartaginense, romanos, moros, vándalos, visigodos, bizantinos…, a la que le han dado y le han quitado, a la que le han prometido y esquilmado a un tiempo; por la que se ha destilado el polvo y el sudor de tantos siglos, ha cosechado, en fin, un poso de sabiduría popular, que, con pizca de humor y sorna, sabe sentarse a la sombra de la casa puerta viendo pasar el cadáver de sus enemigos.

El viejo Séneca ha dejado impresa su sonrisa en este pueblo que nadie ha podido conquistar sino por la fuerza del corazón y el invento del gazpacho. El mismo profeta Jonás quiso venirse a Tarsis; de hecho, se embarcó, para huir del compromiso del Señor (ya sabía él que aquí encontraría un poco de tranquilidad ante tanto ajetreo espiritual). Me apuntaba esta idea un sabio amigo de tertulia mañanera, que, ante el miedo vehemente que veía en mi por lo que nos acontece políticamente, me tranquilizaba con estas o semejantes aseveraciones: 'no temas, amigo, que Andalucía está acostumbrada a mucha historia cainita. Hemos amasado tanto dolor, que el pueblo sonríe y canta jondo, que es lo que le queda al pobre, mientras los muchos intereses y envidias se destrozan entre ellos. No te preocupes, que ya nos resbalan hasta los dislates del gobierno. Y después de este, otro'.

Dentro de la tristeza que me produce la decepción por cualquier causa política, me tranquiliza, en cierto modo, que la sabiduría de este pueblo, con su alegre escepticismo, no permita que ninguna de 'las dos Españas llegue a helarme el corazón'.

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