Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

No hay día que se me pase sin aprender el oficio de vivir. No me basta con ser real y verdadero, tener vida o hallarme, como las sillas en el cuarto o la cama en el dormitorio, que es lo más parecido a un cementerio, si a la etimología nos refiriésemos, puesto que en la vida también se da ese pequeño detalle, sin importancia, que es morir. Quiero decir que además de existir, me gustaría vivir, y hacerlo en plenitud. No sólo quiero estar fijo (sistere), sino hacerlo hacia fuera (ex), aparecer en el mundo, resistirle, subsistirle y lograr - ¡oh dichoso alcance! - la consistencia necesaria para vivir más allá de la comida y la cama.

En el supuesto de que todos hayamos conseguido lo primario, esto es, la andorga llena y el lecho asegurado, qué le queda al hombre por alcanzar. Al parecer, vivir, o existir, según se mire. Hallarse, ser, estar o vegetar, que es una manera de implantarse en el mundo, o coexistir, avenirse y entenderse, lo cual implica un salto relacional que contiene otras categorías y otros más altos quehaceres. A ello voy. Por supuesto quiero estar en el mundo, en la tierra, vivirla, beberla en cada momento, sentir cada acto de la existencia y degustar cada presente del yo, del tú, del nosotros. Caminar por la montaña o el llano, sentir la magia de los paisajes, de todo lo que hay de vida en esta tierra, disfrutar de cada momento hasta desmallarme en los brazos más auténticos del universo que acoge.

Estar vivo y sentir la existencia, el valor de la raíz que nos alimenta o la religación que nos trasciende y ampara, hasta descubrir la dignidad de la vida misma, de las personas y de cuanto nos rodea y alberga. Pacer en los pesebres de 'estrellas michelín' (si la faltriquera lo permite), pero, sobre todo, poder agotar el placer inmenso de las estrellas, que se me antojan fugaces e inalcanzables, el más allá que siempre me deja en un sin vivir y alerta. Quiero decir que no acabo de entender muy bien qué sea eso de la 'calidad de vida' a lo que todo el mundo aspira, qué sea el valor intrínseco de la vida, qué la existencia.

Debe haber un discernimiento, está claro, ante tanta pérdida de sentido de la vida, ante tanta pérdida de vida que se da, o se fuerza. Vida y existencia buscándose mutuamente, rearmando la esencia perdida de su mutualidad, de ese saber que sin la una no puede ser la otra. Habrá que empeñarse en buscar la 'calidad de vida' tanto como el 'valor' que la vida tiene en autoestima, sentimiento, espiritualidad y virtud. Yo comienzo por darle sentido a la vida misma, con calidad o sin ella; incluso con las limitaciones que la vida conlleva, por encima de las declaraciones ideológicas, que, sí limitan, queriendo ponerle la prótesis de su concepción cuantificable ¿Vale la pena vivir la vida, más allá de lo que nosotros llamamos 'calidad de vida'? ¿Con qué parámetros de calidad se cuenta para medirla y decir si merece la pena o no vivirla? ¿Puramente médicos, económicos, fácticos de costo y beneficio? ¿Es la vida una suma de funciones y capacidades? ¿Sólo eso?

Cuando hablo de existencia y vida, me refiero a una persona única, irrepetible, inigualable, trascendental; capaz de amar, sufrir y vivir. Resistir en el 'canto a la vida', que regaló Vanesa Martín, como un grito de amor que te hace volar. La trasplantología debería plantearse el cambio del alma, la ventilación del espíritu y un marcapasos para la alegría del corazón, que puedan sanar las enfermedades de los intersticios del hombre que no le dejan vivir de verdad. Se sobrevive, pero sin vida; se existe como se come, pero sin valor; se anda deprisa, pero sin saber dónde. Hasta que un buen día caes en la cuenta de que vivir es algo más que funcionar, algo más que ir al gimnasio, algo, que, más allá de la cuenta bancaria saneada y el agradable sillón junto a la chimenea, te lleva a unos lares intocables, como el aire, que hinchan los pulmones de otras categorías.

Es importante definir la vida, sin duda. Lo hacen los médicos, los biólogos, los naturistas. Hasta los teólogos hablan de la vida eterna. Vida y existencia, ese misterio tangible e intangible, cercano, lejano, manipulable e inasible a la vez, que se nos va inexorablemente de las manos, dejándonos sin vida en vida ¿Hay algo más hermoso, que merezca la pena, más allá de la vida en su misterio, siendo tan 'jondo' y profundo, tan inabarcable e indescifrable, tan inaccesible y tan dentro, paradójicamente, de nosotros? ¿Merece la pena vivir la vida antes de que te apliquen 'la muerte dulce y piadosa', que decían los griegos?

Apuesto por la vida con sus muertes y heridas, con sus contradicciones, con sus síes y noes, como es ella, inundada de vida, como la tierra; regalándola al tullido, consolando al que solloza, o siendo faro en la tempestad de la noche para quien no sabe cómo orientarse por este 'camino que serpea/ y débilmente blanquea/ se enturbia y desaparece'(Machado).

Merece la pena, en este vivir, desvivirse, ser anunciante de vida tanto como de mantenerla en esperanza, respeto y servicio. Más allá de la cosificación del hombre, que pretende medir su calidad de vida objetiva en base a parámetros de enfermedad o salud cuantificable, está el valor de la persona, la oportunidad insoslayable de realizar un sueño de amor, en combate por supuesto, con la vida misma, si antes no se nos quita con misericordias de ideología extraña. La vida es, sobre todo, pasión por la vida; defendámosla ante 'el Menguele' (ángel de la muerte) que anda campando a sus anchas todavía. No pierdas la oportunidad legal de ser un ¡Viva la Vida!

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