"¿sabes que el taponcito ese que tienes en la mascarilla no sirve para nada?", sentenciaba, casi mirando por encima del hombro a la dueña del bar, un señor más cercano a los 70 que a los 60. "Este filtro que yo llevo sí funciona, el tuyo no", a lo que la señora respondía, lo más educadamente posible ante la seguridad mostrada por el hombre, que "al final, ninguna vale prácticamente para nada". Insistía: "sí, la mía, sí". Sin quitar la cínica sonrisa de su cara, comentó por último, casi invadiendo la cocina del bar: "por culpa de estas cosas vamos a ir a peor otra vez".

Así y -lo más probable- sin ser médico, enfermero o experto en mascarillas, dejó ese señor, esa mañana, su lección dada a una persona que día tras día ofrece los mejores desayunos, con la mayor de las simpatías, a cada persona que entra a su conocido local de calle Bizcocheros. Con la autoridad que le otorga el haber visto en cualquier programa de televisión, noticiero o incluso red social las indicaciones para prevenir el coronavirus, esta persona se sintió con el derecho de decirle a quien le servía su café lo mal que lo estaba haciendo. Culpando, señalando con el dedo y, en definitiva, haciéndole pasar un momento incómodo a ella y a los que estábamos alrededor. Lo peor, seguramente, que no sería ni la primera ni será la última que escuche este sermón por parte de un hombre al que solo conoce del propio bar.

A muchas personas y, por desgracia, si el virus no las mata, las acabará minando la histeria que se ha ido provocando poco a poco con este tipo de situaciones. Como comentaba Mr. Avelain -conocido 'youtuber' andaluz en su último vídeo, sería maravilloso colocarle una 'GoPro' en la frente a ese señor las veinticuatro horas del día para comprobar ese nivel de perfección en cuanto a medidas preventivas que le otorga la potestad de ir por ahí señalando a los demás. Listos ha habido siempre; tontos, también.