Moverse a golpe de referéndum es jugar con fuego. Hace ya tres años que los británicos aprobaron el 'Brexit', esa patata caliente con la que no saben muy bien que hacer los políticos de Reino Unido para acatar el mandato de la sociedad tras pasarse por el forro todos los plazos y parte de las prórrogas concedidas por la UE. No les bastó la lección del referéndum de independencia de Escocia, que a punto estuvo de comerse con papas -valga la redundancia- David Cameron, el antecesor de Theresa May. Es poco probable que se repita el referéndum del 'Brexit' y puede que cuando lean estas líneas, la señora May haya decidido al fin tirar la toalla para dejar a los euroescépticos camino libre. Pero los escoceses amenazan con hacer un nuevo plebiscito si se consagra el divorcio entre Reino Unido y Bruselas. Y luego saltarán los irlandeses o los galeses para reclamar su derecho a decidir qué hacer frente a este disparate en el que se ha convertido el 'Brexit', que para colmo, se aprobó con engaños y malas artes. Ni ellos mismos saben lo que quieren.

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