Los primeros días en los que nos damos de bruces con el siempre criticado cambio de hora otoñal, la melancolía y el bajón los convierten en una pequeña cuesta que al final, más pronto que tarde, acabamos superando. No obstante, este año, el 'a las tres son las dos' vino acompañado de la instauración de un estado de alarma que, de la mano del ya conocido toque de queda, se ha convertido en el -nuevo- tema de discusión entre los que están a favor y los que no.

En Jerez, el cierre de un conocido local fue la muestra de que la cosa se ha puesto seria de nuevo. Los bares y locales nocturnos se ven, otra vez, obligados a reinventarse aunque, poco a poco, vayan perdiendo la vida como el gato que gasta sus seis primeras y se lo juega todo a una carta. A todos se nos pasa por la cabeza la incongruencia a la que se ve sometida, sobre todo, la clase obrera, obligada a subirse a un abarrotado transporte público cada mañana para ganarse el pan, pero que no tiene derecho a sentarse en la terraza de un bar hasta más de las diez de la noche. Incongruencias que van quemando una mecha que muchos opinan que terminará haciendo estallar todo esto en algún momento.

En medio de toda esta pesadilla digna de Hollywood que no parece que vaya llegar nunca a los créditos, los más afectados son los de siempre, la miseria azotará de lleno a los de siempre y las fatigas las pasarán los de siempre. Muchos tienen ya claro que, si no nos mata el virus, nos matará la 'amargaera' y el asco en el que se convierte poco a poco el día a día.

Al menos, entre tanta mala noticia en televisión, hoy han dicho que Jerez es la ciudad de España donde es más barato llenar un carro de la compra. Y menos mal, porque con la ruina que se le viene encima a más de un hostelero, tendría guasa que fuera la más cara. Hasta ese punto llega el 'consuelo' de más de uno, que después de toda una vida luchando por abrir cada día, son prácticamente los únicos a los que el virus acabará por volverles locos.