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Análisis

Francisco García-Figueras Mateos

El sueño de una noche de diciembre

Cae la noche. La voz de mi hijo rezando el 'Dulce Madre' me ha trasladado a la madrugada del 31 de mayo de 2017 cuando, hallándose María Santísima de la O en la iglesia del colegio, su abuelo Paco atravesó el umbral que delimita esta vida y la otra. Y me pregunto si entonces Ella, a la que tantas veces fui a visitar de la mano de mi padre, fue para él "Puerta del Cielo", como reza la letanía del Rosario.

Acompaño esta reflexión con algo que siendo niño me planteé con frecuencia: la "soledad" de nuestras devociones cuando la última de las personas que forma la "guardia pretoriana" de cada imagen abandona el templo, casi siempre a altas horas.

Echando a volar mi imaginación, pensando cómo sería aquella madrugada de la Virgen en su joyero de la Compañía de María, me quedé dormido. Lo que empecé a vivir desde ese momento no podía ser más que un sueño. Un sueño maravilloso.

Nuestra Señora de la O -bellísima-, se hallaba en el presbiterio. Mientras la contemplo, un hombre vestido con hábito capuchino, de imponente presencia y frente despejada, me saluda con el lema franciscano y se sienta a mi lado. A continuación, comienza a relatar quienes son las personas que se congregan en torno a la Santísima Virgen.

Empezando por dos señores que examinan cada detalle del impresionante manto verde agua que luce la imagen. "Son Juan Manuel Rodríguez Ojeda y su discípulo, Guillermo Carrasquilla, coautores, por así decirlo, de tan fantástica pieza de bordado" comenta el fraile, cuya voz me resulta familiar.

Entusiasmado, logro reconocer a otro ilustre personaje que allí se encuentra. Es un joven Luis Álvarez Duarte, que admira emocionado su obra.

A continuación, un grupo de religiosas de la Compañía de María se sitúa delante del presbiterio, para rezar ante la Virgen. Se trata -en afirmación del capuchino- de las monjas que la recibieron hace cincuenta años. "Aquella -me indica discretamente- es Madre Blázquez". Junto a ella, destaca una mujer que irradia una luz extraordinaria. "Es Santa Juana de Lestonnac. Van a regalar a la Virgen una preciosa imagen venera de la Niña María", prosigue el seráfico personaje.

Mientras los ángeles entonan cánticos celestiales desde el coro, un pelotón de hermosos querubines deposita primorosamente una bellísima corona sobre la cabeza de la Virgen y una bonita media luna a sus plantas. El fraile me cuenta algo sobrecogedor: "Esos angelotes son niños que perdieron la vida en el vientre de sus madres".

Con las primeras luces del alba, un nutrido grupo de hombres y mujeres guarda fila en el pasillo central de la iglesia. La explicación del capuchino me conmueve. "Son los hermanos difuntos de la Defensión, que antes de cada estación de penitencia besan la mano de Nuestra Madre".

En ese momento, dos hermanos menores capuchinos acceden a la sacristía y se dirigen a al anfitrión de aquel sueño increíble, diciendo: "Hermano, debemos irnos". Antes de marcharse, agradezco sus soberbias indicaciones y le pregunto qué ofrecerán ellos a la Virgen. Su respuesta es lo último que recuerdo: "Mañana en la procesión verás un hermosísimo relicario prendido en el fajín de la María Santísima de la O. Junto con los hermanos difuntos, rezaremos por cada intención que en él sea depositada, para que cuente con la protección de la Virgen".

Me despierto. Es la mañana del 19 de diciembre de 2021. Después de vestirnos y desayunar, Paquillo y yo salimos para ver la salida de la procesión desde la calle Zaragoza. Cuando a lo sones de la marcha "Esperanza de los niños", el paso se aproxima, empiezo a contemplar a la Virgen, sin dar crédito a lo que veo: el manto, la corona, la media luna, el relicario prendido de su fajín… ¡Todo tal y como había soñado!

Aún obnubilado por aquella visión, reparo en "Las Edades del Hombre" en el cortejo de la Defensión ante el monumento del mismo nombre: desde los niños a los hermanos fundadores y venerables, legatarios todos -junto a la directora y los representantes del colegio-, de lo que obraron los protagonistas de aquel sueño.

Llueven pétalos de rosa sobre Nuestra Señora de la O. Mirando a mi hijo y recordando a mi padre, medito sobre mi ensoñación, ese abrazo indescriptible entre noche y día, pasado y presente, lo sobrenatural y lo terrenal, lo imaginario y lo real.

Y mientras la Virgen asoma por San Andrés, los niños del coro del colegio entonan angelicalmente la letra que había escuchado en mi sueño: "Lámpara siempre encendida, amas y esperas a Dios, y Él siembra en Ti la semilla que nos dará el Salvador. Salve oh llena de gracia, Salve oh Madre de Dios".

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