Francisco Bejarano

Caridad y solidaridad

HABLANDO EN EL DESIERTO

30 de agosto 2010 - 01:00

EL no llamar a las cosas por su nombre tiene ventajas políticas, por esto se hace; pero empobrece la mente hasta extremos insalvables. No se puede pensar ordenadamente si a la guerra la llamamos 'misión de paz' y a la caridad 'solidaridad'. La mente se achica y el mundo se empequeñece. Se crea una irrealidad que, se supone, debe hacer a la gente más feliz, aunque se sepa que no es así, más bien es al revés: el hombre es más feliz, dentro de lo posible, cuando conoce bien el mundo que le rodea y se siente parte de él, aplica el sentido común para sus juicios y decisiones, e incluso soporta con dignidad las adversidades y los reveses de la fortuna. No es más feliz el que vive limitado por el lenguaje oficial de moda y se le convence de que es libre para pensar lo que quiera. ¿Cómo va a pensar lo que quiera si le faltan las herramientas?

La caridad, como palabra, está desacreditada, aunque algo se recupera. No puede ser sustituida por 'solidaridad'. Se hace así porque parece una expresión laicista que refleja un sentimiento a favor de los demás sin matiz religioso. (Habría que averiguar si en la cultura europea hay algo que no tenga matiz cristiano.) No. La solidaridad es un sentimiento superficial, pasajero, bueno mientras dura y frío y distante cuando pasan las circunstancias que les dan origen. Todos los años -mañana es Día Internacional de la Solidaridad- ponemos el mismo o parecido ejemplo: en un bombardeo, después de un terremoto o una inundación, los que sufren la misma adversidad son solidarios entre sí, se ayudan y se desviven por remediar algún sufrimiento, trabajan y se desprenden de bienes propios ante el dolor de gente cercana a la que conoce personalmente. Una vez que se soluciona el problema, la solidaridad desaparece, no tiene sentido.

La caridad entre los cristianos, de la que tanto se habla en los evangelios y en las epístolas, dejó admirados a los gentiles. ¿Quiénes son esta gente que tanto se quiere? ¿Qué misterio conocen que nosotros no alcanzamos? Los propios cristianos que cayeron en el error herético de pensar que el concilio Vaticano II había desacralizado el cristianismo y lo había convertido en una filosofía, una ética e incluso un partido político, van dándose cuenta de su error. Cada que vez que oigamos a un hirsuto proclamar la necesidad de volver a los primeros tiempos cristianos, estamos ante un hereje que nos quitará la libertad de salvarnos o condenarnos. Marco Aurelio, que no era cristiano, y aun persiguió al cristianismo, escribió en sus Meditaciones: "Propio del hombre es amar incluso a quienes lo ofenden. Esto se logra si caéis en la cuenta de que sois del mismo linaje…" La solidaridad nos une a un departamento que da subsidios; la caridad, al destino sagrado y divino del Hombre. El prójimo es el próximo. Las lesbianas de Zimbabwe, sin desearles el mal, nos traen sin cuidado.

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