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Habladurías

Fernando Taboada

Culito de rana

ANTES que a ella le pasó ya a Johnny Weissmüller. A Bela Lugosi también. El primero, de tanto salir en las películas con taparrabos, acabó creyendo que era Tarzán. El segundo, por aquello de meterse a fondo en el papel, terminó sus días como Drácula: durmiendo en un ataúd.

La presidenta de la Junta va camino de eso. No me refiero a lo de dormir en ataúdes ni a lo de ir pegando alaridos como si estuviera en la selva. Me refiero a que Susana Díaz corre el peligro de acabar confundiendo el guión que le ha tocado aprenderse con la realidad, y que de tanto repetir la misma cantinela (que en Andalucía soplan nuevos aires de modernidad, o que somos de las comunidades donde menos se recorta en gastos sanitarios) también termine ella por creer que todo eso es cierto y, por tanto, que esto es Jauja.

No es que vengan mal en momentos de crisis los pregones grandilocuentes para elevar la moral de la tropa. Pero cuando la tropa sufre en sus carnes unas tasas tan intolerables de pobreza; cuando el atraso educativo es como para que salten todas las alarmas y cuando el colapso sanitario empieza a convertirse en un problema manifiesto, este exceso de música celestial puede sonar a chirigota.

Repetir que la sanidad pública andaluza es un modelo de buena gestión resultaría magnífico si no fuera porque se encuentra a años luz de serlo. Sacar pecho y presumir de la situación del Servicio Andaluz de Salud sería razonable si no fuera porque nuestro sistema sanitario ha menguado una barbaridad en los últimos tiempos y porque -al no dar abasto- las consecuencias las sufren tanto los enfermos como los encargados de atenderlos.

Mientras se siga ahorrando en la contratación de personal y rebajando el número de camas en los hospitales, insistir en que los andaluces debemos estar orgullosos por lo bien que funcionan aquí los servicios sanitarios no deja de ser una broma de mal gusto. Pero mientras los fondos públicos sirvan igual para contratar enfermeros que para comprobar los efectos que tiene el ácido úrico tras una buena mariscada; mientras el dinero de todos valga lo mismo para sufragar ambulancias que para poner en circulación una flota de coches oficiales, la cuestión seguirá dando quebraderos de cabeza.

Igual que esos hogares humildes donde el presupuesto no llega para comer decentemente, pero tienen en el salón un televisor, último modelo, que no cabe por esa puerta, en Andalucía nos hemos acostumbrado a padecer ciertas apreturas en lo básico que no están reñidas con mantener otros gastos públicos de misteriosa justificación, o con sostener una política inspirada en el efecto placebo. Aunque también es lógico: invertir en arreglar problemas siempre saldrá más caro que invertir en un aparato de propaganda que diga que no hay ningún problema que arreglar.

De todas maneras, tampoco sé muy bien por qué hay que preocuparse de estas cosas. Al fin y al cabo, ¿quién tiene la culpa? ¿La Consejería? ¿El Gobierno central? ¿Los ciudadanos, que no se cuidan? En última instancia, la culpa de la gripe es de los virus.

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