Dionisíaco Koldo y apolíneo Sánchez

Frente al dionisíaco Koldo tendríamos al apolíneo Sánchez de los derechos sociales. Pero eso es falso

Los defensores de Pedro Sánchez pretenden introducir una narrativa fantasiosa que proteja a su ídolo frente al desgaste inevitable del caso Koldo/Ábalos. Según esta narrativa, habría una incompatibilidad absoluta de conductas entre un Yin (oscuro) y un Yang (luminoso), es decir, entre un Koldo culpable y un Sánchez virtuoso que vive entregado a las causas sociales. Es decir, que habría una especie de Apolo Sánchez –diverso, multicultural, solidario– que tendría que enfrentarse a las sucias maquinaciones subterráneas de ese dúo dionisíaco formado por Koldo y Ábalos (y sus marisquerías y clubs de alterne). Frente al dionisíaco Koldo de las comisiones ilegales, tendríamos al apolíneo Sánchez del salario mínimo y la protección de los vulnerables. O sea, que el pérfido Koldo, a la manera de los sátiros de la antigua Grecia, tocaba la flauta con las pezuñas en esos sótanos cargados de humo y de ambientador donde se tramaban las comisiones ilegales. Y mientras tanto, el apolíneo Sánchez surcaba los cielos de la transparencia –sin bajarse del Falcon– tocando la sublime lira de la igualdad y los derechos sociales. Y no hay que confundir al uno con el otro, porque el segundo es víctima del primero. Resumiendo: Sánchez, el celestial Sánchez, fue traicionado por el infernal y subterráneo Koldo. Eso quieren hacernos creer.

Todo falso, por supuesto. Porque el caso de las mascarillas es una menudencia si se compara con la verdadera corrupción del apolíneo Sánchez, que es una corrupción perfectamente legal (apolínea) pero absolutamente inmoral (dionisíaca) desde todos los puntos de vista. El caso más clamoroso de la corrupción sanchista consiste en pactar una ley de amnistía con unos delincuentes que dieron un golpe de Estado. ¿Otro caso? Gobernar con el apoyo de partidos independentistas que pretenden destruir la nación –es decir, la Seguridad Social, el Sistema Nacional de Salud, la Agencia Tributaria, las pensiones– en nombres de unos apestosos principios étnicos y lingüísticos que harían vomitar a cualquier persona decente. Y hay corrupción –y de la gorda– en parasitar por completo la Administración para convertirla en un juguete al servicio de sus nuevos amos, por lo general codiciosos e incompetentes y falsarios. Y eso sí que es corrupción de la buena, amigos.

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