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Tribuna libre

Manuel Carlos Ordás de Aranda

Historiador

Fortún de Torres: en la Historia y en el recuerdo

Todas las ciudades tienen monumentos, calles, plazas y rincones con nombres que honran a sus hijos distinguidos en los diversos campos en que se afanan los hombres: en las Artes, en las Ciencias, en la Política, y asimismo se honra a los benefactores de la ciudad y a los que destacaron por sus caritativas acciones. Tampoco faltan recuerdos para los que brillaron por su bravura en las Armas, en lo que antiguamente se llamó el campo del honor: sus héroes.

Por acuerdo municipal de 16 de julio de 1890 (Muñoz Gómez, 1903, 45), se cambió el nombre del paseo contiguo al Alcázar y sustituyó el anterior, de sonoridad romántica, de Alameda Vieja por otro que parece conducirnos de la mano a asistir a la Marcha triunfal, de Rubén Darío, cuando dice:“… la gloria solemne de los estandartes/ llevados por manos robustas de heroicos atletas./ Se escucha el ruido que forman las armas de los caballeros…”.

Fortún de Torres fue el nuevo nombre. Para el acercamiento al personaje, procederemos de lo general a lo particular, y así, comenzaremos por un análisis de su familia y concluiremos con el de su persona. De la familia de los Torres de Navarra es tradición afirmar que fue estirpe que arrancaba de los primitivos reyes navarros. No faltan legajos en archivos públicos y privados donde ello se mantiene, así como libros que afirman tal procedencia. De entre estos últimos vamos a considerar de modo especial el más reciente estudio que hay, hecho por un investigador jiennense, quien además llevaba en sus venas sangre del linaje que comentamos (Toral Peñaranda, 2006).

El genealogista barroco Luis de Salazar y Castro nos da una tabla genealógica de este linaje encabezada por “Carlos Díaz de Torres, Camarero del monarca Enrique III de Castilla… a quien el Rey le confirmó los honores de su Casa en el año 1396”. Le sigue su hijo “Diego de Torres, Alférez Mayor de la Divisa de Navarra”, y a éste una serie de descendientes entre los que los primogénitos vuelven a aparecer confirmados por los sucesivos monarcas “en las preeminencias de su Casa”, añadiéndose en el caso del 24 sevillano don Gabriel de Torres, (1) padre del I Marqués de Campoverde, la fórmula de “Pariente Mayor del Palacio de los Torres de Navarra”.

Al mencionado marqués, don Luis Torres de Navarra le concedió Carlos II, en atención al lustre de su sangre, un acrecentamiento de sus armas familiares: de gules, cinco torres de oro. El nuevo escudo aparece con las cuatro torres perimetrales cargadas de un león rampante, de gules, y la del centro con las cadenas de Navarra y surmontada de una corona; como ornamentos paraheráldicos van una segunda corona, sobre el escudo y entre las cabezas del águila bicéfala que aparece como soporte, y una tercera corona sobre el todo tan complejo (2).

Por otra parte, en el mismo documento se halla uno de los R.R.C.C. que reza así: “E agora, nos los dichos reyes don Fernando y doña Isabel… que vos, el dicho Juan de Torres, nuestro pariente... (A.R.Ch.Gr.). Todo parece confirmar que es cierta la pretendida descendencia.

El libro de Enrique Toral (+ 2016) disecciona la supuesta ascendencia regia llegando a decir que toda ella “en términos forenses constituye una verdad oficial, aunque no histórica en su conjunto” (Toral, obra citada, 38); verdad oficial que, recordemos, hasta la misma Corona suscribía. Toral confronta la genealogía del citado privilegio con la Gran Crónica de Alfonso XI; el Catálogo de los Obispos de las Iglesias Catedrales de la diócesis de Jaén, de Ximena Jurado; el Elogios de los conquistadores de Sevilla, de Argote de Molina; y la Armería General de Navarra, de Argamasilla de la Cerda. Su dictamen: “A nosotros, descendientes de los Torres de Navarra… nos corresponde afirmar este oficio fabuloso de nuestros antepasados” (Toral, ibídem).

La historiografía local es pródiga en alabanzas al caballero, y empezaremos por el Padre Rallón: “Don Carlos, Príncipe de Viana, en la Historia que escribió del reino de Navarra, dice que Fortún de Torres, descendiente de don Fortún, rey de Navarra, y que era alférez mayor de Xerez, en esta ocasión… se hubo en ella con tanto valor, que en defensa del Alcázar, hizo entre otras una muy notable hazaña en guarda del real estandarte… que aunque los moros le desjarretaron las piernas y le cortaron ambas manos, lo tuvo apretado con los dientes y troncones de los brazos tanto tiempo, que lo dio a ser socorrido y a que lo retirasen con él, tan desangrado que dio su alma a su Criador…” (Rallón, 1967, 269).

Bartolomé Gutiérrez, corriendo el siglo XVIII, escribió: “A Fortún de Torres… le cortaron los brazos y los pies; y con el cuerpo tronco, hacía amagos de restaurar la bandera…” (Gutiérrez, 1886, 27). Todos los posteriores historiadores se ocupan de su figura y del hecho, algunos para negarlo, como Hipólito Sancho, y los más para afirmarlo, por lo que será innecesaria la exposición de un acopio de datos que nada aporta. Pero no será vano atender a los historiadores que preceden a Rallón. El ser corta la nómina, facilitará nuestro trabajo.

El primer historiador conocido de Jerez de la Frontera, Diego Gómez Salido, beneficiado de San Mateo, coetáneo de Pedro I y de Enrique II, nos dejó una obra hoy perdida y que parece se hallaba en el archivo del dicho templo. Incorporada en el El libro del Alcázar, destacamos que Fortún está ausente. Ni Gonzalo de Padilla, escritor de comienzos del s. XVII, pero parece que basándose en lo que dejó el Licenciado Francisco del Castillo, lo nombra. Ni don Juan Spínola y Torres, en su obra dedicada al Príncipe Don Baltasar Carlos, lo menciona (Spínola, 1910).

Abandonamos ya la historiografía local y examinamos otras obras de carácter más general. La primera que refiere la sublevación mudéjar del reinado alfonsí es la crónica del reinado del monarca Alfonso X. Ahí se habla de Gómez Carrillo, tenente del alcázar jerezano por Nuño González de Lara, pero no cita el autor a Fortún de Torres (edic. de González, 1998, 31) Y si vamos a la que el Padre Rallón cita, la que nos dejó el infortunado Príncipe de Viana, ocurrirá lo mismo (edic. de Yanguas, 1843). Tras lo expuesto, el historiador considera unas palabras de Alvaro D‘Ors: “Cuando le faltan los textos, el historiador, si no quiere, ni debe, lanzarse al mundo de la conjetura que excede del ámbito de la Objetividad, no puede hacer más que enmudecer y ejercer el arte de la Sigética, es decir, de aquella ciencia que nos dice cuándo debemos abstenernos de decir algo” (D’Ors, 1982, 89-102).

¿Y qué nos queda, pues, de nuestro bravo guerrero? ¿Habremos de callar sobre la figura historiada y conformarnos con el solo nombre de una alameda? No. Porque a pesar de todo, aunque borroso en la Historia, desdibujado su perfil y casi evanescente, siempre quedará Fortún de Torres, el heroico vástago de la añeja estirpe de los viejos reyes de Navarra en el recuerdo de los jerezanos. Y nada impedirá que, paseando por los alrededores del Alcázar, en la alameda que lleva su nombre, se siga cumpliendo el verso del poeta nicaragüense: “… señala el abuelo los héroes al niño…”.

(1). Tía carnal del I Marqués de Campoverde (1688) fue la sevillana doña Ana Torres de Navarra y de la Serna, mujer del caballero 24 de Sevilla don Juan de la Hoz. De este matrimonio fue sexto nieto el Comandante 1º de Infantería (hoy Teniente Coronel) don Gonzalo del Río y Pérez de Tejada, Laureado de 1ª clase en la Batalla de Tetuán (1860), nacido en Burgos y fallecido en Jerez de la Frontera, tatarabuelo de la conocida familia bodeguera jerezana del Río y González-Gordon. Archivo del autor.

(2) Es un acrecentamiento singular y hasta único en la heráldica española, con las tres coronas. Advirtamos que el privilegio sólo concernía a los sucesivos marqueses de Campoverde

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