HOY cierro esta columna que me ha permitido conversar con ustedes lunes tras lunes durante más de cuatro años ininterrumpidos. Ha sido un placer, una responsabilidad, un compromiso, un regalo. Casi un enamoramiento.

He descubierto que siempre hay mil temas sobre los que opinar y que lo difícil es decidir qué se deja pasar, qué se silencia, ante qué nos callamos sin más. He escrito sobre política, sobre la vida local, sobre costumbres, pero sobre todo, sobre las cosas que me pasan y nos pasan a todos. Y es que escribir de verdad es desnudarse. Habré estado más o menos acertada pero nunca he mentido, eso es seguro.

Agradezco especialmente a todos aquellos que se han tomado la molestia de colgarme un comentario por internet. He respetado ese espacio sagrado del lector y, aunque he tenido fuertes tentaciones de contestar, me he aguantado puesto que mi espacio era el propio artículo. Las críticas buenas me han reconfortado y con las malas me he reído a veces.

Cuando cualquiera se me ha acercado y me ha dicho que me leía me ha hecho profundamente feliz. Cuando se ha esforzado en explicarme que no estaba de acuerdo conmigo haciéndome partícipe de sus opiniones y sentimientos, el corazón se me ha ensanchado. Desde que escribo estas líneas no me he sentido sola jamás.

También quiero agradecer a Enrique García-Maíquez, su apoyo constante desde el primer día y a mi marido, haber dado título a la mayoría de estos artículos y que me haya templado en más una ocasión.

No sé qué voy a hacer a partir de ahora los domingos por la mañana temprano, que es cuando escribía esta columna. Leeré, escribiré una vida que me tiene muy ilusionada porque en ella se encierran muchas otras vidas y una parte importante de la historia de Jerez.

Todo pasa y todo queda pero lo nuestro es pasar. En adelante haré míos los versos de Trapiello que son todo un lema: "Sé igual que la raíz: profundo, oculto y frágil".

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