Según el mexicano López Obrador, "la verdadera doctrina de los conservadores es la hipocresía". Lo dijo en un debate político y, por tanto, sin ninguna importancia. Pero la perspicaz periodista y profesora Montse Doval vio que la frase llevaba pólvora, y nos la remitió a Gregorio Luri y a mí.
He esperado unos días por ver si el maestro contestaba porque, amén de hipócritas, los conservadores somos muy jerárquicos. Y perezosos: si una costumbre, una cita o una autoridad pueden resolvernos un problema, aceptamos la resolución agradecidos. Pero Luri está ocupado con la promoción de su imprescindible libro La imaginación conservadora, y se le debe de haber traspapelado la pregunta. Él contesta siempre porque, amén de hipócritas, jerárquicos y perezosos, los conservadores somos muy considerados, y más, si cabe y se me disculpa, con las damas.
Más autoridad que López Obrador tiene Gómez Dávila, que diagnosticó: "El vicio que aqueja a la derecha es el cinismo, y a la izquierda, la mentira". Lo es en cuanto que el conservador es hombre de equilibrios, y suspira que está bastante bien -porque podría estar mucho peor- lo que realmente está regular. Para Cánovas, conservador es quien asume la responsabilidad de defender a la sociedad contra los que tienen prisa por hacerla perfecta. Su sentido común implica renunciar a lo accesorio en aras de lo principal. Aquí radica el peligro del que advierte Gómez Dávila: el conservador ha de negociar para salvaguardar lo valioso, no lo que él valore más, sea su comodidad o su dinero. La derecha española había venido aprovechando ese instinto transaccional para sus intereses, y eso ya es cinismo rampante. El conservador auténtico considera, según Luri, que "hay tres cosas imposibles para el hombre: el buen gobierno, la buena educación y la buena salud anímica"; pero aspira a las tres.
Los puntos de contacto entre las buenas maneras y la hipocresía, a los ojos del purista de la transparencia, servirían de ejemplo general de una actitud ante la vida. El gusto por la paradoja y el humor de los escritores, pensadores y políticos conservadores nace directamente de ese desfase interno, continuo, consciente e irrenunciable. Con todo, la hipocresía mayor del conservador es que sabe que el progreso posible de las sociedades depende de que se sostengan sus principios e instituciones, aunque deja la demagogia y las posturitas a los progresistas.
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