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Marco Antonio Velo

Jerez, los viernes, ante la UHF

La chimenea que dio calor a la pluralidad política de la Transición fue la pipa humeante de José Luis Balbín. Pipa de la paz del rito dialogante -pax tecum- entre tribus enfrentadas por tradición y no por comisión: léanse aquí las izquierdas y las derechas de las Españas que tantísimo dolían a Miguel de Unamuno. Pipa que abría la densa cortina de humo de una programación televisiva tan inacostumbrada a los parlamentos de la libertad de expresión. Pipa a modo de quilla de una cabeza bien amueblada que coronaba la figura oronda de quien aparentaba físico viejuno y sin embargo, en 1976, contaba con apenas 36 años de edad. Pipa que era como la gárgola de esa catedral del periodismo que fue Balbín. Hete aquí ‘La clave’ de la semilla democrática. Hoy resulta extraña, remota, la tabacalera en aquella televisión que se debatía entre el rigor cinematográfico de Manuel Martín Ferrand en ‘Sábado cine’ -otra sintonía mítica de la banda sonora de nuestra infancia-, el humor dicharachero de Alfredo Amestoy y la impotencia sufridora de los espectadores por la flagelación de Kunta Kinte -nuestro inolvidable guerrero mandinga- en la serie ‘Raíces’.

Balbín -ahora ya en la dimensión de los idos- propuso la antítesis de cualquier noche toledana en aquel Jerez aún con televisiones en blanco y negro (las de color sobrevendrían en bandada con el mundial de fútbol España 82 para amarillear aún más si cabe la camiseta del Brasil del doctor Sócrates, azulear por veces el dorsal de Paolo Rossi y abrillantar con descaro la calva de Lato). Era el Jerez de Casa Paulino en esquina Bizcocheros con Gaspar Fernández, de Bejarano -y su rítmico respirar al cortar la pata de jamón en su negocio con aroma a tocino en calle Arcos-, de Rianal y su trasiego de clientes repartidos -como ríos que dan a la misma mar- por entre las escalerillas internas de la venta diaria, de las construcciones de Tente en la cristalera gigante de los escaparates de Juguetería Álvarez, de las quincenas de don Manuel de Caso en las clases de Lengua de EGB del colegio La Salle-Buen Pastor, del espectáculo bombero-torero para niños en la plaza de toros, de las cajas enormes de productos navideños que incluía el almanaque del año nuevo, de la eclosión de los desplegables de los Bee Gees en los dormitorios de las jovencitas del tardofranquismo, de los pantalones vaqueros Lois apretados a la pernera, del aparador mastodóntico y las cartillas Palau en el salón-comedor, de las batas a rayas para los niños de ‘La casa rosa’ (comercio emblemático cuyo nombre respondía a su empresario y propietario Jerónimo Rosa Zafra, ¿verdad que sí Jerónimo Roldán?).

‘La clave’ reunía a los jerezanos, los viernes noche, ante la segunda cadena, o sea la UHF (que luego se denominaría Cadena II, Segunda Cadena, Segundo Programa, TVE-2 o La 2). ‘La clave’ hizo escuela. Eran pocos los niños que elegían permanecer impertérritos ante tamaña clase magistral de cinefilia y asignatura troncal de periodismo con modalidad no semipresencial sino enteramente a distancia. Recuerdo esas veladas nocturnas junto a mi padre cuando ya el resto de la familia se había retirado a descansar. Allí emitían películas inéditas para nuestras mocosas naricillas. Nunca antes en televisión habían por otra parte debatido personalidades del amplio espectro socio-cultural-político nacional e incluso internacional (estos provistos de unos armatostes a modo de auriculares traducidos por una

voz en off con acento melodioso). Las noches de los viernes, en casa de los jerezanos, había un antes y un después a partir de aquella sintonía un tanto misteriosa -compuesta por el gran Carmelo Bernaola- que hacía las veces de carta de presentación de ‘La clave’, donde el diálogo fundamentado era norma común y la dialéctica moneda de cambio. Entonces ningún contertulio gritaba histriónicamente para interrumpir a destajo el turno de palabra de los compañeros de plató… Ni el moderador se erigía en juez y parte.

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