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HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Juicios extraliterarios

bajo la larga dictadura de Franco se editaron buenas revistas literarias oficiales, entre ellas La estafeta literaria y Poesía hispánica. Como el régimen no fue totalitario, porque su tradición venía de los espadones liberales del siglo XIX y no podía ni pretendía controlar todos los sectores de la sociedad, que es la esencia del totalitarismo, en estas publicaciones colaboraron poetas y escritores del exilio. Sus encargados se preocuparon de que así fuera. Estaba también la Editora Nacional, en la que en su colección Biblioteca de la Literatura y el Pensamiento Universales aparecieron obras raras y curiosas, inéditas o no traducidas al español, que las editoriales privadas no publicaban, suponemos que para no perder dinero, y que los jóvenes de entonces tuvimos la fortuna de conocer. En España nunca faltó una derecha liberal, ilustrada y con sentido del humor que aguantó a Franco de mala gana por temor a un verdadero totalitarismo comunista. En ningún momento fue la dictadura un 'páramo cultural', como le gusta afirmar a nuestro paisano Caballero Bonald, salvo en la contribución que él mismo hizo con sus libros para que la literatura fuera un páramo.

La consejería de Cultura de la Junta de Andalucía (ya lucida con la prohibición de un homenaje a Agustín de Foxá, provocando un gran homenaje en la calle, en la prensa y en las librerías) ha borrado de sus páginas de Internet a José María Pemán y a Luis Rosales. Pemán fue un buen escritor sobrevalorado en vida, de ninguna manera desdeñable, que el sectarismo oficial quería condenar al infierno y ha tenido que conformarse con mandarlo purgatorio, desde donde se asciende a los cielos; pero Luis Rosales escribió una de las cumbres de la poesía española de todos los tiempos: La casa encendida. Escribimos, cuando le dieron el premio Cervantes antes que a Alberti, que había sido un error y un horror, pero nada más que por una cuestión de jerarquía y precedencia de edad entre dos grandes poetas de nuestra lengua.

Con Franco vivo discutíamos con los amigos que la literatura no es de derechas o de izquierdas, sino buena o mala, y que las obras no deben juzgarse por sus intenciones sino por sus resultados. ¿Qué más nos daba que Ezra Pound fuera fascista o Knut Hamsun nazi, o que Alberti y Miguel Hernández quisieran para España el totalitarismo de los gulags? Debía importarnos la contribución al conocimiento del alma humana de todos ellos. Las obras literarias son progresistas cuando son buenas y reaccionarias cuando son malas. El juicio cívico que hagamos de la ideología e intenciones de sus autores es extraliterario y en nada cambia el valor de las obras. Lo malo no es ser ignorante sino presumir de serlo. Cuando la que presume es una consejería de Cultura, nos pone en guardia contra la degeneración de una política contraria al pensamiento civilizado.

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