El balcón
Ignacio Martínez
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El delegado del Gobierno de la nación en Andalucía tiene sillón eyectable. Es una colocación efímera, a la espera de promoción, en peligro de ser víctima colateral de guerras internas del PSOE. Pedro Sánchez llegó al poder el 2 de junio de 2018 al ganar una moción de censura al frente de una alianza de adversarios del PP, que Rubalcaba bautizó como Frankenstein. En 34 meses su gobierno ha tenido ya cuatro delegados en Andalucía; los tres primeros salen a una media de once meses de estancia. Puede parecer ante tanta displicencia que este cargo es un títere que pueda moverse por intrigas de partido o por el capricho de su jefe supremo. Pero los ciudadanos se merecen más seriedad.
El delegado tiene a sus órdenes casi 30.000 policías y guardias civiles, con responsabilidades de control e inspección de fronteras, vigilancia de carreteras y lucha contra el crimen organizado, narcotráfico o la delincuencia común. Y también atribuciones en materia de sanidad, violencia de género y otros asuntos capitales. Así que a los tres primeros colocados por el sanchismo les habrá dado de tiempo a aprender el cometido y poco más. En seis años y medio, Rajoy tuvo dos delegados.
Ya se sabe que el cese de Sandra García nada ha tenido que ver con su buen o mal desempeño. Se trata de un aviso a su partido del acomodador de La Moncloa de que el alto el fuego entre Sánchez y Díaz ha terminado. Se invita a la ex presidenta a la retirada si quiere evitar males mayores por el método de ofertas que no pueda rechazar. Hay quien interpreta que el cambio de delegado del Gobierno en Galicia también señala la puerta de salida a Gonzalo Caballero, el secretario gallego que tan mal resultado tuvo en las últimas autonómicas. La ex presidenta de la Junta de Andalucía ha aceptado el guante con elegancia: asistió el miércoles a la toma de posesión del nuevo delegado y le deseó suerte. Le hará falta, dada la volatilidad del cargo y el carácter eyectable de su sillón. En La Moncloa están en fase de mecer sillas. Propias y ajenas. Que el secretario general de la Presidencia del Gobierno Félix Bolaños participara en un golpe de mano como la negociación de la moción de censura contra el presidente de Murcia es realmente inaudito.
Los gobiernos de la nación, populares o socialistas, la primera misión que encargan a sus delegados es que se opongan a la Junta si es de otro signo político. La segunda función es pastorear a los suyos, y ya en tercer lugar están los asuntos institucionales. Lo normal es que desde La Moncloa pulsen el botón de lanzamiento del piloto de turno si no cumple con las dos primeras tareas; por eso han desahuciado a la inquilina de la torre sur de la Plaza de España de Sevilla. Es curioso que Sánchez nunca habría llegado a ser secretario general del PSOE sin el favor de Díaz, que apostó por el rival más débil para eliminar a Madina en las primarias de 2014. Entonces ella mecía las sillas del partido. En el pecado lleva la penitencia.
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