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Alberto Núñez / Seoane

Mugabe: el lado oscuro

Tierra de nadie

EScribí un artículo, hace unas semanas, expresando mi opinión sobre Nelson Mandela, el padre de la nueva patria Sudafricana. Comentaba lo que este hombre ejemplar, ha significado para los de su raza y para los que no lo somos, aunque sintamos como ellos; para su país y para todos los países que han tenido -o siguen teniendo- que luchar por la libertad; para África, su tierra madre, y para todas las tierras del planeta en las que la dignidad del ser humano es algo más que un artículo escrito en una constitución. Hasta que no pase mucho, mucho tiempo, nadie podrá saber con exactitud, la inconmensurable aportación que este hombre, Mandela, ha hecho al entendimiento entre las personas, al respeto entre las culturas, a la Justicia entre los pueblos. Hoy, me toca escribirles sobre la otra cara de la moneda: el azote de África, la desgracia de una tierra reventada por el dolor y la injusticia, la razón por la que el continente negro sigue lastrado en la cloaca de la sin razón, el odio, la sangre y la desesperanza más cruel y profunda: Mugabe y todos los que, con distinto nombre o apellido pero con las mismas entrañas podridas, son de su misma calaña; engendros sin alma, con unas tenazas por corazón, vinagre corrompido por sangre, lija por pellejo, vanidad por virtud, egoísmo por cualidad y crueldad por sentimiento; sanguijuelas mutantes que ni el mismo Satanás admitiría en su cazuela de lodo y fuego.

Este siniestro personaje, capaz -entre otras muchas lindezas- de gastar un millón de dólares americanos diarios, en armamento para apoyar sus interese personales en la, parece que concluida, guerra del Congo, mientras su país se ahogaba en la penuria; capaz de masacrar a todo aquel -negro o blanco- que no acepte sus dictatoriales caprichos; responsable del pillaje, las violaciones y los asesinatos de cientos de granjeros zimbabwenses con un color de piel distinto al suyo; cacique sanguinario, déspota e implacable, que ha llevado a su país, considerado hace años como "la joya de África", a la miseria más absoluta; un lugar en el que el abuso, la violencia, el miedo y la injusticia, son las únicas reglas por las que se rigen los que no han tenido otra alternativa que la de seguir mal viviendo en el país que él, Robert Mugabe, asesinó: Zimbabwe.

África se muere poco a poco, sucede desde hace bastantes años y, pueden creerme, la culpa no la tenemos lo blancos, ni los antiguos colonizadores, ni tampoco los países ricos; los únicos responsables de la persistencia en seguir caminando por la senda que lleva al abismo sin retorno, son los africanos; para ser más concreto: algunos, aunque siempre son demasiados, negros africanos.

A pesar de lo que dicen los soplagaitas de turno, algunas ONG's fundamentalistas y cutres, la mayoría de los pseudo ecologistas de "chichi nabo" que pululan por televisiones, periódicos y emisoras de radio y los inevitables cantamañanas "enteraos"; África nunca ha recibido más ayuda del resto del Planeta que la que recibe en estos tiempos. Es cierto que no es suficiente, es cierto que hace falta continuar y aumentar la asistencia y el auxilio, pero también es sangrantemente cierto que son los políticos en el poder, en más de media África, los responsables únicos de que la mitad de esta ayuda se "pierda"; responsables únicos también, de que en sus países la democracia sea una chiste y la libertad una estrella en la más inaccesible de las galaxias; culpables de genocidio continuado, desmanes sin pausa, avaricia inhumana, crueldad impensable, egoísmo patológico y mil depravaciones sin nombre, más.

El problema de África son los africanos, los africanos negros. No todos, por supuesto, pero si la mayoría de los que, desde hace cincuenta años, han estado o están en el poder y la mayoría de los que están esperando, con el machete en la mano, para echar a los que son y ser ellos los que estén. Los blancos pintamos muy poco, como por pura razón proporcional debe ser, en lo que se cuece dentro de los círculos de poder de la llamada: África negra. Aparte de algunas multinacionales sin escrúpulos que se aprovechan de la depravación de los políticos corruptos, el guiso se cuece en otros fogones que no son los nuestros.

En estos días, los informativos nos muestran, con nombre y apellidos, lo cierto de la realidad que les cuento: Robert Mugabe, presidente chapucero, vil, degradado y corrompido, de un país que lo tiene todo para brillar: Zimbabwe y, sin embargo, se hunde inexorablemente, como una piedra (Zimbabwe significa "casa de piedra), en las tinieblas de la oscuridad.

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