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HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

La Oposición

Tiene poco brillo, salvo individualidades aisladas, y parece guardar secreto sobre sus intenciones. Todo el mundo sabe, por situaciones del pasado, que en los momentos de crisis económica las medidas que se ven obligados a tomar los gobiernos democráticos son impopulares. No tomarlas engorda el problema. En los países donde el gobierno y la oposición se reúnen con frecuencia, hablan, se respetan, no se deshacen en enfrentamientos infructuosos y buscan el bien común, pactan la manera de salir del atolladero. Las decisiones más conflictivas las suelen tomar la izquierda, la social democracia en nuestro caso, porque es la que mejor puede explicar y convencer a sus votantes de la necesidad de hacerlas para atajar tiempos futuros mucho peores. Hay resistencia y algunos conflictos, pero los propios jefes sindicales advierten a sus militantes de que es más conveniente vivir peor una temporada que un tiempo largo.

La Oposición con opciones de gobernar es otra social democracia, si se quiere, ligeramente más conservadora y prudente. A ver cómo se las arregla, si gobierna, para ordenar el embrollo presente. Desde luego no hubiera promulgado leyes que dividen a los españoles para adular a unas minorías, ni se le hubiesen ido de las manos las regiones autónomas insaciables, ni habría tolerado los desmanes lingüísticos y es muy probable que la economía no estaría en estado lamentable. El enredo sería menor y el prestigio de España por las ocurrencias y piruetas de su Gobierno no estaría tan maltrecho. En España, por fortuna, no hay una extrema derecha, ni siquiera una derecha clara como la francesa, ni hay una extrema izquierda, aunque el Gobierno, con anécdotas, quiera aparentar que lo es. Hay dos variantes de la social democracia, que es a lo máximo de revolucionario que se puede llegar en la Europa de hoy.

Queda por ver que haría la Oposición, de ganar las elecciones, con las leyes injustas vigentes, con el peligro de los nacionalismos en su carrera hacia la secesión, con el estado desastroso de la educación, con la inmigración ilegal, con la paridad sin atender a los méritos de la persona, qué nuevo nombre llevarán las uniones homosexuales para evitar el agravio de llamarlas 'matrimonios', cuánto va a tardar en derogar la Ley de Memoria Histórica e incluir en la de Maltrato a los hombres maltratados, y si se empezará a llamar a las cosas por su nombre. Y la economía. Cuando la economía falla en una casa, y el Estado es la de todos, todo funciona mal. Trabajo hay para remangarse y comenzar la reparaciones de los destrozos. No será labor sencilla, pero quizá vivamos un tiempo de ilusión al saber que vivimos en un país democrático normal, sin extravagancias, sin divisiones entre españoles, sin frivolidades independentistas, sin esta sensación que tenemos ahora de no saber qué va a pasar mañana.

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