La Rayuela
Lola Quero
De beatos y ‘non gratos’
Su propio afán
Pensar es una actividad pesada, mal pagada y todavía peor comprendida. ¡Si no lo sabrá usted…! Pensar supone tratar de aprehender la realidad, tan vasta, con sus posibilidades futuras y sus enseñanzas pasadas, sin apartar el corazón ("Hay que sentir el pensamiento y pensar el sentimiento", advierte Unamuno) ni olvidar el olfato del instinto. Pensar conlleva volver y revolver el tema obsesivamente, atento a sus más mínimos matices, y hacerlo en una sociedad que quiere eslóganes muy básicos y directos, elementales. Pensar lleva mucho tiempo en unos tiempos en que el tiempo es oro y todo era para ayer. Pensar es dudar. Pensar es llevarse la contraria.
Una metáfora muy bíblica (con perdón) pero muy atinada la dio Ortega y Gasset cuando dijo que para enfrentarse a un problema había que hacer como los judíos para tomar la muy fortificada Jericó. Dar siete vueltas al asunto tocando las trompetas a todo lo que dieran hasta que sus murallas se derrumben solas. Eso, en plan technicolor con Charlton Heston queda estupendo, pero -llevado a la vida personal- siete vueltas marean bastante a los de alrededor, y todo el que haya oído una trompeta se echa las manos a los oídos. Mejor comprarle un tambor a un niño.
Queda sufrir en silencio, quiero decir, tocando las trompetas para los adentros. Aunque entonces se despierta el masoquismo de familiares y amigos que, viendo tan callado al pensador, le preguntan, incautos: «¿Qué piensas?» Como medida de seguridad, yo recomiendo una coma: «¿Qué, piensas?» e irse antes de que estalle la trompetería.
Los que nos quieren nos querrían seguros de nosotros mismos, decididos, funcionales, pragmáticos, rápidos e inamovibles. O sea, que no pensáramos. La procrastinación, el rumio, el desplazarse medio metro para adquirir una nueva perspectiva global y la prueba del nueve o del vuelve son indispensables para pensar, porque eso es pensar. Eso y acabar molestando a tirios y troyanos. Cuando dos partes contrapuestas esperan que les des la razón, al que no se la das se queda fastidiado, y al que sí, también, porque sopesaste demasiado las razones del otro.
No me quejo. Levanto acta. Pensar requiere los plazos que vencen (para vencerlos), las vueltas sobre el eje y el apuro de dar la lata al prójimo o, en el mejor de los casos, estar ausente. Al fin y al cabo, se piensa, sobre todo, con los nervios, con la osadía y con la paciencia (ajena y propia).
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