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HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Pronósticos

EN el reinado de Felipe II no había periódicos. Astrólogos y adivinos hacían pronósticos con la seguridad de que cuando llegara el tiempo, malo o bueno, anunciado en los vaticinios todo el mundo se habría olvidado o no tendría manera de probar el fracaso de los vaticinadores. El rey prudente despreciaba los augurios y pensaba que la gente cristiana no debía creer en adelantos del porvenir, pues sólo Dios conocía el destino de las personas y de las naciones. Para desenmascarar a los engañabobos y avergonzarlos, y cuando se referían al futuro de su persona y de su reino, los mandaba imprimir para, llegado el día, recordarle al atrevido sus engaños y humillar su vanidad. Hoy los periódicos suplen con creces las prevenciones de Felipe II. Se publica todo, hasta lo que no merece la pena, y las declaraciones de los políticos, por lo general inanes, constan para conocer las contradicciones y los pronósticos errados.

El presente real y el futuro cercano y probable deberían ser las principales preocupaciones de los gobernantes. El pasado sirve como información valiosa, no para la imposibilidad de repetirlo y mucho menos enmendarlo, y el futuro lejano no lo podemos prever. El análisis marxista de la historia acierta bastante cuando estudia el pasado pero no da una cuando hace lo propio con el futuro. En esto se parece mucho a los astrólogos de Felipe II y de todos los tiempos. Las hemerotecas sirven, por ejemplo, para saber cuántas veces nos han negado la crisis económica; cuántas, una vez admitida su existencia, han culpado a otros; y cuántas nos han dicho que habíamos tocado fondo, o techo, o que se veían brotes verdes, como si fuéramos todos daltónicos. Los sindicatos, cofradía de los nuevos ricos de la desaparecida clase obrera, tampoco se han lucido: con falsos pretextos ideológicos, y sin hacer falta, han resistido para sobrevivir.

Estamos viviendo tiempos interesantes, como los de la maldición china: "¡Así vivieras tiempos interesantes!" Pero nos salva todavía el que vivamos en un régimen democrático, aunque lleno de imperfecciones, en el que los errores de un gobierno, si no ha ido demasiado lejos, pueden ser corregidos por otro. En la casa común en ruinas, económica y moral, y con sus habitantes entre asombrados y confundidos, nos consuela una vez más Gómez Dávila: "Para no vivir deprimido en medio de tanta opinión tonta, conviene recordar en todo instante que las cosas son lo que son, opine el mundo lo que opine." Aunque uno se deprime un poco casi todas las mañanas después de leer los periódicos, incluso se alarma, a lo largo del día va encontrando explicación a los parches y remiendos de una manera de gobernar al buen tuntún. Tranquiliza algo saber que hemos vivido tiempos peores de guerras, hambres, invasiones, epidemias, dictaduras, persecuciones y gobiernos torpes, y justo por saberlo no nos gustaría repetir.

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