Aún no hemos oído ni visto escrita una reflexión sobre la desaparición instantánea del régimen clientelar andaluz. Ese que la juez Mercedes Alaya descubrió, ese complot de socialistas y paniaguados, esa maquinación extendida como una tupida red por pueblos, aldeas y ventorrillos. Andalucía se acostó servil y se levantó de Vox. A pesar de que el PSOE gobierna la Junta, la mayor parte de los ayuntamientos y de casi todas las diputaciones; a pesar del PER, de los jornaleros y del retraso escolar de los niños andaluces respecto a los castellanos; a pesar de la indolencia propia de las gentes del sur y las playas; a pesar de la Andalucía profunda de ventas perdías y fino La Ina, el cambio se ha expresado con nitidez. A pesar del poco tino de los candidatos de la oposición, de las torpezas de la ex ministra de Agricultura y de la vaca de Juanma, el cambio se ha producido sin tan poco miedo que el partido emergente ha llegado a lomos de un caballo. Ahora va a resultar que no éramos tan tontos, sino que somos la vanguardia política de España y, quizás y sólo quizás, convengamos en que el largo ciclo socialista fue, en realidad, una suerte de misión histórica que se agotó al cumplir su fin. La construcción político-jurídica de los ERE se ha venido abajo como su propio juicio, ayuno de pruebas, sobrado de intencionalidad, una creencia intangible.

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