Por montera
Mariló Montero
La trama
Alto y claro
Conviene, de vez en cuando, poner los pies en el suelo y mirar la realidad. Sobre todo, si a la realidad la esconden tras algunas de sus peores enemigas como la propaganda y la desinformación. Nos está pasando en Andalucía. Parece que la Junta se halla inmersa en una campaña permanente de imagen, donde todo lo bueno lo ha hecho ella, todo lo malo es herencia de los otros y todo va cada día mejor. Se vio de forma clamorosa y un poco vergonzante en todos los fastos que rodearon el pasado 28 de febrero, pero el rastro se puede seguir desde el mismo momento en que Juanma Moreno logró su mayoría absoluta. Y entiéndase ese ‘su’ en su más plena acepción de pronombre posesivo. Vivimos en un régimen de fastos propagandísticos a mayor gloria del presidente y, si sobra algo, de su Gobierno.
Estos días se ha publicado un informe del servicio de estudios de CaixaBank, entidad con sobrado prestigio y poco sospechosa de querer fastidiar al Gobierno andaluz ni a ningún otro, que pone algunas cosas importantes en su sitio. Lo más importante es que la mayor parte de los indicadores de bienestar económico y progreso social están donde estaban o un poco peor. Desde la renta al empleo, desde las exportaciones hasta la producción industrial, la convergencia de Andalucía con los niveles medios de España, y no digamos de Europa, no se produce, sino todo lo contrario.
Nada que deba sorprender demasiado. Andalucía no está a la cola de casi todo porque los anteriores gobernantes socialistas fueran especialmente malos y los de ahora sean parecidos. Está porque la región es la perdedora de una política estatal que durante dos siglos ha concentrado las grandes inversiones y los proyectos industriales en el norte y que ha dejado al sur como granero y reserva de mano de obra. Así estábamos y así seguimos. Los márgenes de una administración autonómica para actuar sobre esta realidad son limitados, por mucha maquinaria administrativa que se haya creado.
Lo que sí cabe reprochar a los actuales gobernante de Andalucía, como cabía hacer con los anteriores, es el intento de convencer a sus gobernados de que viven en la tierra de las maravillas y que gracias a ello se han alcanzado cotas de bienestar inexistentes o liderazgos que son irrelevantes, etéreos y algunas veces falsos. Utilizar la propaganda como adormidera social no lleva a nada bueno. Al final la realidad de abre siempre camino y deja en evidencia a los que han querido retorcerla.
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