Francisco Bejarano /

Siervos de la gleba

HABLANDO EN EL DESIERTO

28 de enero 2012 - 01:00

LA sola mención del título de este escrito pone en las mentes mitómanas chozas miserables habitadas por esclavos hambrientos, recaudadores de impuestos acompañados de tropa armada y violadores de las doncellas de la choza, y un tiránico señor del castillo que prohibía a sus vasallos cazar y cortar leña para acabar de matarlos de hambre y de frío, y quien, también de paso y mientras arramblaba con todo bicho que se pudiera comer, violaba villanas mugrientas y piojosas sin dejar virgen entera para el derecho de pernada. Modelo de sociedad francamente extraño y lleno de misterios: el señor lo era de la miseria y del hambre, de siervos imposibilitados por la ruina para pagar el canon, con hijas inservibles para el matrimonio e hijos embrutecidos y debilitados por las privaciones. No se explica de dónde sacaba el señor del castillo para pagar a sus hombres de armas, construir, reparar y vigilar caminos y puentes, desecar pantanos y vivir en una perpetua comilona, entre músicos, enanos titiriteros, damas livianas y soldados borrachos. Si quería funcionar, la sociedad feudal no debía ser así.

Y no lo era. Los siervos de la gleba (tierra de cultivo) no eran esclavos, sino campesinos que obtenían un colonato en las tierras de un señor, de extensión suficiente para alimentar a una familia, y, a cambio, pagaban un canon, bien en especie, en dinero o en trabajo en obras de interés común, mantenimiento de puentes y caminos principalmente, y para el sostén de una mesnada que los defendiera de bandidos, salteadores de caminos e incursiones de extraños El señor feudal, fuera civil o religioso, no cobraba el canon o lo reducía en años de mala cosecha. El siervo era libre y libre se sentía, como es propio de las sociedades cristianas. Su servidumbre consistía en que, por razones que no hará falta explicar, no podía abandonar la tierra que labraba, pero tampoco ser desposeído de ella ni del derecho a dejarla en herencia. La libertad se impone límites para no destruirse a sí misma. No hará falta decir que generaciones de señores y colonos habían establecido, lo que facilitaba las cosas, vínculos de afecto por el trato personal continuado. Los obispos y el rey resolvían los conflictos. Una sociedad jerárquica basada en el prestigio de cada uno de sus miembros, funciona.

Los nuevos ricos de las burguesías triunfantes fueron acabando con los siervos de la tierra, comprándola y expulsándolos. Crearon la leyenda del mísero esclavo humillado y maltratado por el señor, cuando ya los colonos sin tierras habían emigrado a las ciudades en busca de trabajo, dando nacimiento al proletariado urbano, base de otras invenciones: el socialismo y el anarquismo, defensores ambos de los mitos del esclavo de la gleba, del derecho de pernada y de otros excesos por el estilo. La historia, convertida en pescadilla, se mordió la cola y aún no la ha soltado.

stats