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Paso de cebra

josé Carlos Rosales

Trastornos del lenguaje

NO sé si alguien se acordará, pero hubo un tiempo en el que Mariano Rajoy hilvanaba bromas o mostraba el laberinto gallego de sus circuitos lingüísticos: circunloquios y titubeos, iba y venía del sujeto al predicado, cargaba con adjetivos equivocados o se aferraba a los pronombres como la fingida soltura del que no sabe nadar. Hubo un tiempo en el que Rajoy hablaba. Y a veces nos hacía gracia con su impericia campechana. Ya no. Ahora se ha encerrado en tres o cuatro frases aburridas: nada de chistes, nada de buscar un verbo para acabar tropezando en un pronombre. Y luego está su silencio diferido o distante, su mutismo sin gestos, tan adusto, tan seco. Algunos han hablado del autismo de Rajoy; Josu Erkoreka (PNV), por ejemplo, ya dijo hace un año que Mariano Rajoy se había vuelto autista y sordo. No sé si existe un autismo sobrevenido, si con el paso del tiempo ciertas capacidades lingüísticas pueden atrofiarse hasta llegar a un cierto autismo. Lo que sí sé es que todos los presidentes españoles han sufrido trastornos graves del lenguaje durante (o tras) su paso por el Palacio de la Moncloa.

Lógicamente, de Adolfo Suárez no voy a decir nada. Pero de Felipe González podríamos estar de acuerdo en que manifiesta una notable tendencia a la palabrería sin causa, palabrería donde se mezclan lugares comunes y ocurrencias inexplicables, falta de responsabilidad y obviedades innecesarias. Con José María Aznar ocurre algo peor: cuando habla parece un demiurgo, un iluminado, el hechicero que conoce casi todas las pócimas; taxativo y sombrío, nos anuncia el fin de este mundo (y del otro), siempre nos mira con el desdén de los pontífices. José Luis Rodríguez Zapatero habla menos, pero lo hace convencido de la bondad intrínseca e intransferible de todos sus adverbios, sus palabras parecen las de un mártir uncido por la gracia invisible de los dioses caídos. Todos los que han sido (o son) presidentes de gobierno padecen graves trastornos de lenguaje y a veces me pregunto si las cortinas o ladrillos de la Moncloa no estarán contaminados de alguna mala vibración, una especie de aluminosis magnética que altera el sistema neurológico de los que allí duermen o durmieron. ¿No podría el CSIC (o el CNI) investigar esa posibilidad? ¿Encargarle a algún especialista una limpieza a fondo de las ondas alfa o gamma que alberguen esos muros? ¿Planear la mudanza a un palacete mejor ventilado?

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