La esquina

José Aguilar

jaguilar@grupojoly.com

Viejos cierran el paso a jóvenes

Ningún gobernante prioriza el bienestar de los jóvenes sobre el de los viejos, que son más y también votan más

No hay día que no traiga un nuevo dato sobre las dificultades que sufren los jóvenes españoles en su vida diaria. Su panorama actual va de los problemas para encontrar empleo –las cifras superan con mucho la media europea–, la precariedad cuando lo encuentran y los bajos salarios con los que se les remunera. Emanciparse de la familia es una quimera, lo mismo que acceder a una vivienda. No ya en propiedad –aquel sueño del pasado–, sino alquilando. También el mercado de alquiler se ha disparado por la acción combinada y letal de la falta de vivienda pública y la presión de los pisos turísticos que han reducido la oferta.

Todos los gobiernos desde hace décadas dicen ser conscientes de la brecha generacional que se está agrandando en la sociedad española y todos los programas electorales incluyen promesas de estabilidad en el trabajo, construcción de viviendas y otros programas en beneficio de los sectores juveniles que, dicen siempre, son el futuro, además de estar más preparados que ninguna otra capa de la población.

Ninguno hace gran cosa cuando gobierna. Cositas sí, pero insignificantes para la magnitud y complejidad de un problema que aqueja a millones de españoles... pero no tantos, y ahí radica una posible explicación. Los jóvenes españoles entre 16 y 29 años son siete millones. Los viejos –mayores, que no se enfade nadie– sobrepasan los nueve millones. Son, pues, muchos más los jubilados y demás pensionistas que los muchachos que bracean para organizar mínimamente sus vidas con cierta dignidad. Hay más votos efectivos en el último recodo de la vida que en el segundo. Peor aún, votan en mayor porcentaje los ancianos que los jóvenes. Demostrado.

Por eso los pensionistas ven aumentadas sus pensiones año tras año gobierne quien gobierne. Por ley. Es la prioridad de los gobernantes de izquierdas y de derechas. Ninguno se atreve a cambiar las prioridades en los proyectos y presupuestos. El dinero público no se fabrica a voluntad (y si se fabrica es peor, por la inflación que trae). Una mejora en las condiciones vitales de los jóvenes implicaría un plan de inversiones tan ambicioso para vivienda, empleo y renta que sólo se podría sacar de la gran tarta del gasto social, que resultan ser las pensiones. Porque los milagros no existen.

La preferencia pública se centra en los que ya han vivido y trabajado. Son más y votan más. Encima, da la impresión que los damnificados, los jóvenes, se han resignado.

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