Para protestar por la reforma de la Ley del Aborto que, entre otras crueldades, pretende autorizar el aborto libre dentro de los tres primeros meses, algunos movimientos sociales van a fabricar, no sé con qué materiales, unos muñequitos que a tamaño real representen a un feto de doce o catorce semanas, donde podrá apreciarse que aquello es ya una criatura y que suprimirla es impedir el desarrollo de una vida genuina e irrepetible. Genuina, irrepetible y sagrada. Los muñequitos, imagino, serán entregados, entre otros, a los miembros del Gobierno, con especial dedicatoria a doña Bibiana Aído.
A mí me parece que hacen muy bien estos movimientos, porque aunque no creo que una imagen valga más que mil palabras -sería ridículo que un escritor otorgase primacía a la imagen sobre la palabra, al objeto sobre la evocación-, el enfrentarse a su víctima en tamaño real, aunque ésta esté hecha de barro, o de plástico, puede remover el corazón de nuestra ministra de Igualdad e incluso el corazón, tan rojo y progresista, de don José Luis Rodríguez Zapatero.
Pero bien pensado creo que la iniciativa tiene pocos visos de prosperar. La progresía oficial está urdida con múltiples entramados dictatoriales, con muchos y muy sutiles tratados de hipocresía, de corrección política, y si uno, o una, no quiere caer en desgracia y perderse un montón de almuerzos y otras prebendas, tiene que decir sí a todo, aunque para sus adentros piense que es una perrería. Así, muchas y muchos modernos de nómina que sientan en su corazón que es un crimen matar a un ser que aún no ha nacido -pero que ya es- y que es una barrabasada esconder a una niña de dieciséis años para que aborte a espaldas de su madre, dirán que sí a doña Bibiana, le reirán la gracia y aplaudirán su intervención en el Parlamento. Ser progre implica a veces un sacrificio muy grande: beber los cubos de aguas fecales de la hipocresía. Claro que luego se enjuagan la boca con buenos Riojas y con los mejores cavas catalanes, vaya lo uno por lo otro.
Auguro poco porvenir a estos muñequitos. Con todo, bienvenidos sean. Que se repartan en Institutos y en Parlamentos autonómicos, en el Banco Azul y en los bancos de las plazas con palomas. Que don José Luis y doña Bibiana se enteren, a tamaño real, que no hay nada más progresista que la vida. Ni más sagrado.
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