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La colmena

Magdalena Trillo

mtrillo@grupojoly.com

Las cabañuelas y el clima.es

El cambio climático deja de ser argumento para volverse puro dato. La Cumbre del Clima, un quiero y no puedo

Si aparecen hormigas aladas, los palomos se bañan, el gato se lava la cara o el gallo canta de día es que el tiempo va a cambiar. Nosotros mismos lo podemos intuir si nos pica o duele una antigua cicatriz... Si los gatos corren y saltan es que va a azotar el viento. Si crujen los muebles, cae hollín de la chimenea, huelen los desagües o hay “siembra retorcida” es que va a llover.

Las cabañuelas no tienen base científica pero sí mucha tradición. Es un ancestral método de predicción que debemos a los judíos: agricultores y pastores que, a comienzos de agosto, leen la forma de las nubes y la dirección del viento; analizan las características del Sol, la Luna y las estrellas o diseccionan la niebla y el rocío de la mañana. Y partir de ahí realizan sus pronósticos para todo el año. Acierten o no (tampoco son infalibles las aplicaciones del móvil), es un ritual que nos conecta con la tierra y nos recuerda la magia y los secretos que se entrelazan con las leyes de la naturaleza.

¿Y qué sería de la vida, del universo, sin un halo de misterio? Pero qué sería, también, si no aprovecháramos las herramientas que nos ofrece la tecnología.

Andalucía acaba de estrenar un sofisticado Mapa del Clima que recurre al big data para descubrirnos, municipio a municipio, de dónde venimos y a dónde vamos. Temperaturas medias, días de calor al año (por encima de los 40 grados), noches tropicales, precipitaciones y emisiones de CO2. La evolución se remonta a 1961 y se extiende hasta el 2100.

Les hago un resumen: el mapa de las temperaturas pasa del verde al amarillo, el de la canícula estival se vuelve cada vez más naranja y rojo (especialmente intenso en el interior de Córdoba, Sevilla y Jaén) y el de las noches sin dormir avanza con un morado creciente en todo el litoral. Mientras, el azul de las lluvias pierde intensidad y el de la huella de carbono retrata cómo nos cargamos el planeta, con las capitales y grandes ciudades en la avanzadilla de la contaminación. El cambio climático deja de ser un argumento para volverse puro dato. Pero lo realmente descorazonador es darnos cuenta de lo poco que importan los métodos de predicción si no somos capaces de hacernos la pregunta incómoda que subyace en los dos planteamientos, el de la sabiduría popular y el de la ciencia: qué estamos haciendo (realmente efectivo) y a qué estamos dispuestos a renunciar (todos) para revertir la Andalucía desértica que dibujan los mapas. La Cumbre del Clima, de nuevo, ha sido un quiero y no puedo.

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