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Por si acaso

pablo / gutiérrez-alviz

Un cañón de pueblo

EL imponente ruido de las salvas de un cañón suele formar parte del protocolo de los homenajes en las más importantes ceremonias oficiales. Hasta hace pocos años, la confesión en público de ser español hubiera merecido una atronadora salva aunque el muy valiente quedara como carne de cañón (por fascista y retrógrado) para los medios de comunicación. Y es que, durante las últimas décadas, buena parte de la clase política apoyada en gente de la farándula y ciertos intelectuales han ido masacrando la identidad española en un malvado juego de acoso y derribo de la memoria nacional

Lo moderno era proclamarse cosmopolita, por encima de fronteras, o bien, declararse enamorado de su terruño para el que pedía su total autonomía, dentro o fuera del Estado. Recientemente, distintos personajes, con suma altivez, prosiguen en esta línea egoísta e insolidaria. Y todo este absurdo juego ha terminado por romper la convivencia en Cataluña y, de paso, en toda España.

A finales de julio, Nacho Duato afirmaba: "no me siento español". El afamado bailarín y coreógrafo, que presume de estar todo el día al pié del cañón reconocía ser, como mucho, "mediterráneo". Tiene guasa que un valenciano se considere más cerca de un tunecino que de uno de Albacete. La semana pasada Fernando Trueba, que se lo pasa cañón como director de cine, también salió con una película parecida, con la particularidad de que el muy cobarde lo hace en San Sebastián, ciudad que acostumbra a festejar cualquier idiotez antiespañola. Que se vaya a Hollywood e intente insultar a los estadounidenses.

A mediados de septiembre, Alejandro Rojas Marcos, veterano profesional del nacionalismo andaluz, disolvió su partido por falta de votantes y vino a decir que admira a Cataluña porque "es un cañón de pueblo". O sea, que los andaluces somos tontos y no (le) servimos como pueblo. Hace bastantes años que una inmensa mayoría del electorado (en la que me incluyo) pudo concluir, con lucidez, que el partido andalucista era lo más parecido a un chiringuito de un grupo amigos (seguido por gente de buena fe) donde se pasteleaba para alcanzar determinadas consejerías o concejalías en beneficio propio. De hecho, no se han oído salvas en la despedida de este partido. En todo caso, Rojas Marcos siempre podría afincarse en Barcelona y disfrutar de ese cañón de pueblo dividido por el nacionalismo.

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