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Para desgracia de Pedro Sánchez, en su partido empiezan a escucharse voces que hacen cábalas sobre cuánto tiempo podrá mantener el gobierno. Y es que la cosa está que arde, por mucho que el presidente y sus portavoces aseguren que piensan acabar la legislatura.

Este inicio de año está siendo horribilis para la familia sanchista, que nunca valoró suficientemente la capacidad de Carles Puigdemont de luchar por sus objetivos aunque eso le cueste la vida. Hay que pensárselo mucho antes de elegir como socio a un personaje que abandona a sus colaboradores, que además eran amigos, se mete en un maletero y cruza la frontera para escapar de la justicia mientras esos colaboradores y amigos deben penar por las decisiones tomadas por el huido.

Es muy preocupante para Sánchez que jueces y fiscales estén mirando con lupa sus iniciativas parlamentarias. Cuando ven indicios de que puede saltarse la ley actúan de inmediato, sin complejo. El Fiscal General se defiende, pero su prestigio está en caída libre; hay dudas sobre la imparcialidad del presidente del Tribunal Constitucional y de la presidenta del Congreso mejor ni hablar. La semana pasada cortó el micrófono a Feijóo porque había superado su tiempo –lo hacen todos– y después de indicarle que sus palabras no le parecían oportunas. Ayer volvió a silenciar el micro del presidente del PP.

Todo esto, que los sanchistas consideran irrelevante porque están abducidos por su líder, empieza sin embargo a calar entre socialistas que poco a poco han empezado a comprender que no pueden seguir apoyando a un secretario general y presidente de gobierno que no tiene más objetivo que dar luz verde a todas las exigencias de quien le mantiene en el poder, por humillantes que sean.

En el propio Gobierno se percibe la situación de alerta. Hay ministros que se refugian en el silencio y no es difícil comprende por qué. Los de la nueva hornada siguen siendo absolutos desconocidos porque ni tenían biografía política destacable ni hacen esfuerzo por tenerla, están en el limbo. Yolanda ya marca distancias con Sánchez; primero va a ver al Papa a ver si así consigue votos y a continuación expresa su rechazo a la reforma de la Ley de Enjuiciamiento Criminal que propone Sánchez para favorecer a Puigdemont.

En Galicia, cuando preguntas a socialistas de larga historia qué va a pasar responden que Besteiro no es mal tipo, pero ser el candidato de Sánchez es un lastre difícil. Si recibe en las urnas el castigo que va a dirigido a Sánchez, el malestar que ahora es soterrado saldrá a la superficie. Y no digamos qué puede pasar con ese malestar si Sánchez sigue bailando el agua al ex presidente de la Generalitat. El río suena … y lleva agua. Vaya si lleva agua.

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