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La Crestería

Manuel Sotelino

El camino de la verdad

Bien clarito lo ha dejado monseñor Asenjo, arzobispo de Sevilla, el pasado viernes. De sucedáneos nada. Ni de ‘semanas santas’ alternativas. El arzobispo se ha mojado afirmando que “ni ocurrencias ni elucubraciones”. Hay compatriotas de bien que han perdido la vida en esta pandemia y los casos de contagios se multiplican. Esto no es ninguna broma a pesar de que algunos quieran ‘exigir’ que los pasos salgan a las calles al igual que se organiza un concierto o un subasta de piezas arqueológicas encontradas en Mesopotamia, casualmente, por un turista alemán.

Ahora yo debería de increpar, a quien me ha tachado de inepto en algún batiburrillo capitoreto, si también monseñor Asenjo es un incapaz para hacer bien su trabajo.

En todo esto de los pasos a la calle solo he aplicado el sentido común, tan falto en estos tiempos en el mundo de las cofradías. La cosa se pone fea por momentos y el prelado sevillano ha manifestado que "en cuanto a fórmulas supuestamente imaginativas que en algunos sectores parece que están surgiendo, decimos que sería deseable evitar sucedáneos que no son auténticos. No pasa nada si no podemos sacar los pasos a la calle”. Don Juan José, tranquilo y no se enfade. Pero le advierto que ahora lo tildarán de ‘anticapillita’ y de enemigo infiltrado de las filas cofrade-talibanas.

Que el consejo local haya comenzado a trabajar en posibles alternativas ante un estado de incertidumbre es una medida interesante. Ahora bien, que haya trascendido y que todos sepan más que los que componen la comisión, ya es otro cantar. No se puede sacar este debate a las calles como si la Semana Santa fuera un asunto de tertulias de mostradores. Los cofrades, como los cristianos, estamos en este mundo pero pertenecemos a una naturaleza distinta. Somos Pueblo de Dios. No deberíamos de hablar el mismo idioma del mundo y nuestro papel es guardar un respetuoso silencio. Mientras nuestros conciudadanos sufren y hasta fallecen, nuestra labor es estar en rezando en soledad porque Dios ve en lo secreto. Y formándonos. Que tampoco nos vendría mal. Sobre todo para no caer en la ineptitud.

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