
Jerez íntimo
Marco Antonio Velo
Jerez: en la muerte de Jerónimo Roldán (y II)
La esquina
Antes o después el Gobierno de Pedro Sánchez será evaluado por los ciudadanos y su veredicto será inapelable. Pasará cuando sus aliados y socios lo dejen caer, cuando él resucite su antigua creencia en que no se puede gobernar sin Presupuestos o cuando las encuestas le sean al fin favorables. Cierto que ninguna de las tres circunstancias parecen probables a día de hoy, pero aún es más improbable que la legislatura cumpla los cuatro años legalmente previstos (como acaba de prometer el presidente, aunque sus dos mandatos anteriores duraron menos).
El caso es que no está lejano el día en que el juez soberano dicte sentencia y decida si el Gobierno de coalición PSOE-Sumar es tan magnífico como piensa Pedro Sánchez o tan desastroso como denuncia un día tras otro la oposición. Sánchez esgrime como su mejor argumento la situación económica alcanzada bajo su mandato (indudable: crecimiento superior al entorno europeo, más empleo, récord de afiliados a la Seguridad Social, alegría en el consumo) y los avances en la llamada agenda social (subida de las pensiones, reforma laboral, salario mínimo, aumento de los permisos por nacimiento). La oposición pone el énfasis en la lamentable situación política (indudable: precariedad e inestabilidad parlamentarias, falta de Presupuestos, amnistía, concesiones onerosas a los nacionalismos, degradación de las instituciones, corrupción en los entornos políticos y familiares más inmediatos).
¿Qué pesará más en la cabeza, y en el corazón, de los españoles cuando vayan a votar? La historia contemporánea sugiere que, en general y salvo excepciones, los ciudadanos tienden a alinearse con el poder cuando su economía familiar va bien, y otorgan menos relevancia a los desaguisados de la política y los deterioros democráticos cuando tienen los bolsillos llenos. Los escándalos de corrupción de anteriores gobiernos, por ejemplo, no han sido citados por los españoles en la lista de sus principales preocupaciones... hasta que no han coincidido con alguna crisis económica general que les ha golpeado de lleno. Entonces sí, entonces suele activarse una fuerte indignación, matizada en todo caso por la vieja sentencia de que todos los políticos son iguales y van a lo mismo. Por lo tanto, el malestar con quien gobierna se diluye dentro de un rechazo a todos y al sistema mismo.
Es un misterio saber de qué lado se decantará la balanza, si a aceptar con resignación que la economía mande y el gobernante que la ha pilotado siga en el poder, puesto que la alternativa puede ser peor –en el mejor de los casos, igual de negativa desde el punto de vista de la gestión política–, o a respaldar un cambio de caballo que acabe con un modo de gobernar tan lesivo para la democracia y manipulador de sus principios y códigos. No me atrevo a hacer pronósticos sobre la evolución del pensamiento de esa parte nutrida de los electores que le dan vueltas al asunto, aunque sí a profundizar en el dilema en que se debaten hace meses. Mañana intentaré aportar nuevos elementos de juicio.
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