Tierra de nadie

Alberto Núñez Seoane

...Encontrar...

28 de abril 2025 - 02:13

Después del paréntesis en la descripción de la serie de entendimientos que nos llevan del 'pensar' al 'mantener', para, desde nuestra modesta tribuna, contribuir al sentido y más que merecido homenaje a Mario Vargas Llosa, maestro de la escritura y, ya para siempre, gloria de las letras universales, continuamos con el peldaño que sigue a la actitud de 'buscar', sobre la escribíamos hace dos semanas.

Comenzamos por 'pensar', para, a continuación, 'meditar' -pensar con detenimiento e intensidad- y 'reflexionar' -examinar en profundidad lo meditado-, de modo que pudiésemos ser capaces de 'decidir', con propiedad, lo que queremos 'buscar' con posibilidad real de acertar. Ahora corresponde el turno a 'encontrar'.

Encontrar, es lo que nos mueve. Todo lo que hacemos mientras vivimos está destinado a dar con lo que buscamos, que, como ya hemos comentado, es la felicidad. Entendida como cada cual la entienda, por supuesto, pero, sin duda, objetivo último al que, de un modo u otro, dedicamos nuestra existencia toda.

Para encontrar lo que hemos decidido buscar, es imprescindible, como resulta evidente y sin embargo no tan común como cabría esperar, comenzar por lo primero y esencial, que sería saber lo que buscamos, no suponer, intuir o imaginar, sino saberlo con plena certeza, pero esto no será posible si antes no empezamos por 'sabernos' a nosotros mismos, es decir: conocernos lo suficiente como parar tener un grado de sinceridad con la persona que somos de modo que la realidad no se enturbie con ilusiones fantásticas fuera de tiempo y lugar -la ilusión, por supuesto, es siempre imprescindible, pero entendida como lo que es: ideas, proyectos o esperanzas que, sin ser reales hoy, puedan serlo mañana, lleguen a serlo o no; pero no engaños que los sentidos nos hacen ver como posibles, o deseos de lo que creemos que querríamos, aun sabiendo que no es eso lo que en verdad queremos-. Si conseguimos ese grado de sincera complicidad entre las personas que somos y el 'yo' que decide como somos, estaremos preparados para llegar, con posibilidad razonable, hasta lo que buscamos.

Desde la imprescindible coherencia alcanzada, estaremos muy en condiciones para emprender la tarea de conseguir lo que habíamos decidió buscar. Será pues el momento de dedicar trabajo, esfuerzo y determinación para llegar hasta donde nos hemos propuesto, y de este modo lograr el disfrute de los retazos de felicidad a los que todos tenemos indiscutible derecho y también, sin duda, oportunidad de gozar. Salvo las inevitables excepciones, que siempre confirman la regla, 'quien la sigue, la consigue': la firme voluntad de no cejar en el empeño, la confianza en uno mismo, la sensatez y la prudencia, y la esperanza, consolidada por la convicción de poder lograr lo que nos hemos propuesto, son los ingredientes, imprescindibles y suficientes, para que la receta resulte tan sabrosa como habíamos imaginado y esperado. Puede ser, ¡cómo no!, que circunstancias, imponderables, azares o funestas desgracias, tuerzan el destino que estábamos forjando e impidan, en todo o en parte, que el camino, y su final, no sean el que debiera conforme a nuestros legítimos propósitos, pero, aún a pesar de la indudable facticidad de que se dé esta circunstancia y no podamos salvarla, esto no altera, en absoluto, que lo que hicimos, en el modo en el que hemos descrito, esté bien hecho, sea lo que hay y debemos hacer para ser lo felices que podamos ser, y constituya el modo más conveniente -diríamos que el único- de llevarlo a cabo con posibilidad de éxito. Dado que no está en nuestra mano, no del todo, la garantía en la consecución del logro que anhelamos, no podemos actuar de otro modo, si lo que pretendemos es tener opciones razonables de alcanzar nuestro objetivo, pues hay algo que nos parece indiscutible: puede que, a pesar de hacer lo necesario, esto no resulte suficiente, pero es incuestionable que si no hacemos lo necesario, nunca será suficiente. Pongamos pues de nuestra parte todo lo que de nuestra parte podemos poner, y confiemos en que los caprichos de los dioses no tropiecen con nuestras ilusiones, no tiene por qué ser así.

Sería conveniente tener en cuenta que esa felicidad, vestida de ilusión, tras la que vamos a estar andando, mientras podamos andar, no se encuentra, al menos no en su totalidad, al final del sendero, pues en tanto caminemos, conscientes de estar empeñando todo de lo que somos capaces, conservemos la coherencia en nuestro proceder, y mantengamos viva la esperanza en la ilusión que nos mueve, estaremos disfrutando de una complacencia, tan saludable, satisfactoria y legítima, que si no es eso la felicidad se le debe parecer mucho.

La felicidad, cuando se palpa no termina en ella. Entre las cualidades que la adornan y la hacen tan deseada y deseable, hay una que, a nuestro entender, sobrepasa a todas las demás: es inabarcable, no tiene limitaciones. Alcanzar el estado en el que somos felices cambia el modo en el que 'somos', y entre lolas alteraciones que provoca en nuestra forma de 'ser' hay una que también sobresale del resto: nos abre las puertas a otras felicidades hasta entonces desconocidas, insospechadas, por imposibles de presumir si no alcanzamos el estado feliz desde el que parten esos nuevos e innumerables caminos para seguir siéndolo, o serlo en diferentes e ignoradas dimensiones. Tan sólo -y es un decir- hay que saber y querer encontrar esa felicidad 'primera'.

stats